Hoy, te escribo:
Desde el principio, te he escuchado con temor utilizar el verbo “amar”. Temor a que tanto valerte de él, se fuera gastado, así, sin aspavientos, como uno se va poniendo viejo.
Que un día, sin sorpresa, descubrieras que son solo 4 letras y ya no pudieras ordenarlas de forma que tuvieran sentido.
Dentro de la muralla construida a mi alrededor, tan invencible cómo es posible, tan alta tan reforzada como mis años, sin canas, mis fantasmas y mis escepticismos, las palabras eran sólo eso. Al final del día, un murmullo lejano, enmarañado y sin recuerdo ni historia. Pero porque hay palabras que están fuera del alcance de lo pagado, son sacras. Son las que menos deben ser pronunciadas. Amar, amor, amote… porque si se gasta el sentir pero nunca tuvo nombre o adjetivo, el verbo continua incorrupto, intocado, inalcanzable.
Y, sin embargo, me...