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A Elvi


 

Elvi, Elvirona, Elvira:

No sé por qué esperé tanto para escribirte esta carta, si desde hace mucho tiempo tengo claro lo que en ella quiero decir. Me hubiese gustado leerte cada frase y comentar cada idea, cuando tu mente estaba serena y clara, libre de esa suerte de “tiempo circular” que hoy la habita. Cuando compartíamos cuentos y sueños en la casa de La Florida.

Estás en mis más entrañables recuerdos, como aquellas imágenes que guardo de la visita de los Diablos de Yare a Ocumare del Tuy, cuando, con escasos dos años, salí corriendo a esconderme espantada por las coloridísimas máscaras y el sonido solemne del redoblante. Poco tiempo después, te recuerdo en nuestra casa de Catia con la hermosura de tus veinte y pico de años, siempre llenita en carnes, con ojos despiertos y un rostro hermoso y fino, que se vestía de  fiesta cuando lo engalanabas poniéndote zarcillos y pintura roja en los labios.

Siempre me intrigó esa especial indiferencia que mostraste hacia los hombres, ese desdén mezclado con la crítica mordaz que dirigías a las que, desde tu perspectiva, eran mujeres que se entregaban fácilmente. “¿Quién, yo?” decías, cuando te preguntaba si alguna vez te habías enamorado. De allí que concentraste lo mejor de tu femineidad en cuidar las hijas de “Nircita”, tu compañera de vida desde la infancia ocumareña, y en dominar la magia de la cocina, haciendo de sabores y ricos platos, el centro de tu pasión.

Así no sólo tus mullidos brazos fueron cálido colchón para acunar mis insomnios infantiles, y tus oídos escucha amorosa de rabias y tristezas, sino que las sabrosuras cocinadas por tus manos, han sido mi deleite y el de mis hijos, hoy plenos de añoranzas: “Elvi porfa, hazme una arepita frita con huequito en el medio”, “Ay, me provoca una torta de plátano…”, “¿Será que puedes hacerme un jugo de parcha granadina?”… En tu mundo doméstico y familiar, la música ha sido un acompañante esencial: cantabas todo, silbabas con espléndida afinación las canciones de moda y movías tu cuerpo -más redondo a medida que pasaban los años- al ritmo, sobre todo, de melodías caribeñas y venezolanas. Es digna de destacar tu afición a ver TV, y en particular, tu lealtad a toda prueba con la programación de RCTV, y muy especialmente, con la Rochela, de la cual fuiste una fanática irreductible mientras esa señal estuvo en el aire.

Te encantaba viajar, conocer lugares distintos, probar comidas nuevas…posar tus ojos curiosos en cada mata, cada pájaro, cada rincón del camino, conversar con todos y todas, asombrarte de lo diferente. Así recorrimos buena parte de este país y comentabas con admiración, que hasta Cúcuta habías llegado. Te debo el viaje a México, con el que aún hoy sueñas.

De un tiempo para acá tu cuerpo y mente comenzaron a emitir señales de fatiga existencial. Ya no lograbas caminar con soltura y moverte a voluntad por la casa y por la vida,  tampoco te ubicabas certeramente en el tiempo y en el espacio. Te fuiste instalando en lo mejor de tus años mozos, y desde allí alternas en perfecta continuidad  rostros  y recuerdos de anteayer, con nosotros, “tus muchachos”, enraizados en el aquí y el ahora.

Hubiese preferido, con la ayuda del carrito-andadera, seguir llevándote de paseo, mojarte las piernas con el agua tibia y salada de Chichi y ver de cerca el vuelo perfecto de las coro-coras. Pero un corto circuito de tu pesada circulación, ha hecho que tus extremidades se resistan a movilizarse. Felizmente aún nos queda un mundo de recuerdos viejos y no tan viejos por evocar y comentar, la música para llenar y alegrar el tiempo que compartimos entre la silla y la cama, las emociones que afloran frescas en cada encuentro, en cada sonrisa, morisqueta y agarrada de manos. Y muy especialmente, el disfrute de los más íntimos sabores, de esos que tocan de sal y placer la vida.

En estos años que hemos compartido poblados de risas, regaños, llantos y complicidades cotidianas, no te dije suficientemente cuánto te quiero y cuánto agradezco tu ternura y generosidad de madre virgen y el afecto inconmensurable con el que has envuelto a mis hijos. Hoy, en cada visita, te lo repito en voz baja en el oído y cerquita del corazón.

Ocarina.

 

Publicado el 06/02/2012
Ocarina Castillo
Soy una sesentosa, antropóloga, que he dedicado buena parte de mi vida a la docencia y a la investigación en la UCV. Madre de Rafael y Mariana. Feliz esposa de Ernesto y con muchas ganas de seguir aprendiendo y haciendo cosas nuevas. Siempre enamorada de la amistad y de los amigos,del compartir y del goce. Elvira, mi nana y la de mis hermanas, hijos y sobrinos, además de su generoso afecto de siempre, ahora me está enseñando a entender la vejez y los laberintos de la memoria.