Tamaño de la letra Tamaño de la letra

Carta de tu ausencia



Ego te absolvo de mí


Laberinto, hijo mío,


No es tuya la culpa ni mía…


(Blanca Varela)









Corazoncito:

No he elegido otra hora para escribirte sino esta, la más oscura y callada de la noche, como para escondernos del mundo y que puedas oír hasta los latidos de mi corazón al escribirte. Estamos solo los dos ahora, como lo habríamos estado otras innumerables noches de haber tenido la dicha de que te quedaras conmigo. No pudo ser. Esta es nuestra conversación pendiente, nuestra solamente, tú y yo en la noche y escondidos, en el lazo irrenunciable del milagro primordial, hablando en una lengua que esta noche solo tú y yo comprendemos.


Hubiera querido que otra fuera la historia, hubiera querido tenerte en mis brazos y decirte a los ojos otra cosa distinta a “lo siento”. Lo siento, hijito, vidita de mi alma, mi bebé. Médico dice que es normal, que casi la mitad de los niños apenas concebidos en un momento se cansan de crecer y se van. Sin que sus mamás puedan darse apenas cuenta, ellos retornan al mundo de las cosas en potencia, allí donde habitan tan solo los anhelos.Mis amigos dicen que este dolor pasará. Se han portado tan bien ellos, solo escuchando mis madrugadas de llanto por tu ausencia. Ellos dicen que ahora solo me preocupe por mí. Pero no puedo, hijito, tenía que escribirte, tenía que explicarte, porque seguramente no entendiste todo lo que pasaba cuando por primera vez hablé contigo y te dije acariciándote: “Agárrate, hijito.” Quizá no lo entendiste. Cuando supe que venías, que fundido en mí estabas llenando todos mis vacíos, tuve miedo, te tuve miedo, eras algo demasiado importante como para poder asirlo con mis manos torpes. Estaba aterrada. Inmadura, inexperta, era consciente de que te estaba trayendo a vivir conmigo un camino que no estaba preparado para tus pasos. No soy, hijo, lo que imaginé que sería cuando tú llegaras. No tenía para ti el entorno seguro y feliz que sería tu reino y que yo quería poner a tu merced, mi reyecito, cuando tú llegaras. No tenía nada que ofrecerte más que mi amor desesperado para intentar borrar todo el sufrimiento que seguramente te habría esperado conmigo al lado. Mi padre decía que las mujeres debíamos entender que un hijo era un premio demasiado importante como para dárselo a cualquiera. Pero tampoco me fuiste dado a mí. Hijo, lo lamento tanto.

A pesar de ello, no podía resistirme a la idea de conocerte, de reconocer y amar en ti los rasgos y gestos de alguien a quien amé cuando te concebí. De conocer tu mirada, tu sonrisa, tus pies pequeñitos para besarlos una y otra vez, embobada, encandilada, esclava, súbdita, a tus pies. Si yo tenía que quererte por partida doble no importaba, no te haría falta, yo tenía el doble y más. Eras mío. Mío. Estoy orgullosa de ti. Tocándome el corazón me ganaste, fuiste más fuerte que yo, pero el destino fue más fuerte que nosotros dos. Ahora tengo por todo recuerdo tuyo este dolor en el vientre, dolor de carne vaciada, dolor camilla de examinación, dolor abra las piernas y respire, dolor espéculo y pinzas, sangre y biopsia. Y una maraña de papeles que prueban que exististe y que ya no estás, que decidiste irte, mi amor, pedacito de cielo, notita musical.

Amor mío, habría dado cualquier cosa para que esta carta fuera diferente y al escribir esto tiemblo y ya no lloro. Creo que se me acabaron las lágrimas y así es mejor porque entonces puedo llorar sin lágrimas todo el día y a mis anchas sin que nadie se percate.


Corazoncito, hijito mío, estaremos juntos, espérame, prometo llegar a ser la mujer que te merece. Te juro, mi amor, que esa mujer será muy distinta a esta que ahora te escribe llena de nervios y de pena, hecha un guiñapo que desde hace días no atina a levantarse de la cama.


Te juro que entonces continuaremos nuestra historia que esta vez no pudo ser. Te juro que no tendré miedo, te juro tener todo dispuesto para ti. Y te juro amarte igual a como ahora te amo, y más, dispuesta y decidida a luchar por ti con mis ojos que no pudieron verte, con mis manos que no sintieron tu piel, con mi sangre que fue la tuya, con cada hebra de mi cabello, con cada una de mis células. Pero ahora tenía que ofrendarte aunque sea mis palabras, porque esto que te digo casi susurrándote en la noche nadie, nadie, mi amor, lo puede entender. Es solo entre tú y yo. Siempre fue solo entre tú y yo. No concibo otra forma de amar después de ti, copito de algodón, brisita fresca, finalmente agüita entre mis dedos. Cuando decidas volver, aquí estaré esperándote. Cuando tú quieras si me das la dicha, vidita, reyecito mío.



Publicado el 29/02/2012
Cynthia Campos
Tengo 27 años. Estudié Literatura en Lima, Perú, y me desempeño como periodista. Escribir es mi pasión, mi amor, mi casi todo.