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2005 Finalista


Déjame decirte, Francisco, que las cosas habrían sido parecidas. En vez de un Eduardo habría sido una Celina quien te partiría el corazón. Al fin y al cabo a los 14 años nadie sabe bien que quiere y anda haciendo nodos por ahí, con los hijos de la vida. Quizás más bien habrías sido tú quien le partiría el corazón a ella, sin parar de jugar basket; mientras ella coqueta, llagaba de la playa con corte de cabello nuevo. Tú ahí lanzando una y otra vez al tablero de la indiferencia tu mirada de balón naranja, quien sabe. Nunca fui buena con el basket, no sé porque tú habrías de serlo.

En cada deseo de no quedarme atrás en la carrera, por ser una niña, de subirme al árbol más alto y  de encender fosforitos con Julio, sentía el pulsar de tus latidos.  Ahí existías y aun hoy brincas dentro cuando en pantalla una patada de kung-fu destroza la cara de un oponente robusto. Tapo mis ojos, por eso de que a nosotras no nos gusta la sangre, pero unas pestañas curiosas. También mías, también tuyas, dejan entre mis largos dedos para que puedas disfrutar.

Te habrías enamorado, como una ola aplastante que acerca nuestro estómago del vomito al vértigo,  permitiendo que la sangre ya no nos pertenezca. Habrías amado como yo en la plenitud de un brazo furtivo, en el roce con un cabello lizo, y en vez de él había sido ella, pero vamos, ahí estaríamos los dos.

Escuche de pequeña ¿recuerdas?, a Danielita decir que la ventaja de ser niña estaba en que podría usar no solo falda sino también pantalones y shorts. Nos reímos mucho de ella, porque en cierto modo se acercaba a nuestra verdad (apenas una prenda de ropa nos separa), pero a la vez nadaba en la mayor ignorancia, en la de creerse una, infértil como lago que no sabe reflejar. Si el lago no poseyera, en lo más profundo de su barro, al cielo impoluto, el cielo azul, el cielo malo y gris, no sería capaz de retenerlo un segundo en su superficie. Corrimos entonces, Francisco, por el modio de sus faldas y de sus pantalones y alcanzamos la punta del tobogán para deslizarnos extasiados,  conociendo en nosotros el aire que fuera nos despeinaba y dentro nos cosquilleaba la barriga.

En el principio, según Dios, solo estaba Adán. Pero tú y yo sabemos que no es así, Eva latía en esa costilla como fuerza en forma de mazo, de  instrumento musical que tendía hacia fuera. Fue su deseo, no el de Adán, no el de Dios, el que forzó la piel hasta desgarrarla y hacerse mujer. Desde entonces tú vives en mí como potencia calcificada. Escogiste quedarte cerca, acompasado entre mi corazón y mis nervios, viviendo hasta hartarte de la comunión de seres. Aguarda entre mi pecho, que no permitiste abultarse en demasía, para poder oír de vez en cuando, como el doctor que busca lo que hay dentro, las voces que hay fuera, y escuchas asombrado el vacio al que me enfrento, y te mueves de arriba abajo dándome escalofríos.

Fue ahí dentro del vientre de mamá, donde me cediste el puesto: “Ana Lucía, si nace niña, Francisco, si es varón”. Sal tú. Me diste la entrada al teléfono y te quedaste en mi cafetín caliente y seguro. Te perdiste del viento frio y sobre todo del silencio feroz, la separación infinita que cera el espacio y que dice una y otra vez “Tú estás aquí, Tú no estás allá”.

No hay carta de amor más grande que el ticket que me diste. Me obligaste a ser Ana, a salir, a gritar. Nos revestimos de mí y le dimos la alegría inmensa a mamá de tener una niña. Una que la sonríe cómplice l espejo, con su vestido de lazo grande nunca en su sitio, conociendo las rizas de quien la mira desde dentro.

Por eso te decía, Francisco, que las cosas habrían sido parecidas. Jugarías, vivirías y amaría como un hombre mientras yo te aconsejaría al oído, en el oído y como oído, las maneras en que una mujer siente.

Quizás habrías sido el más alto de los de Bastos y en vez de basket habría escogido la escritura, usando me como un seudónimo femenino. A las personas les gusta eso, conocer lo que se mueve fuera porque desconocen lo que tienen dentro.

Padre, hermano, hijo y amante, porque nada has sido y a todo los contienes, hagamos junto a Ana, vamos, toma tú mano también mía, y aguardemos el domingo, para que separados del mundo seamos libres lo que siempre hemos sido, un olor propio, una balanza par. Juguemos con la pelota de mi infancia y anota los goles que mis piernas de gimnasta decidieron no chutar. Subamos la vista de las estrellas y sintamos, como Francisco, como Ana, la salida del sol que nos quema la cara. Cantemos una canción de amor que nos englobe, y dibuje el círculo que creamos, de la punta de mi nariz a tu respiración submarina. Riamos de aquello que solo saben ser uno cuando hay dos.

Publicado el 02/02/2005
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Caracas Venezuela
Yoi soy fran