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2009 Finalista


Yo no sabía que dolía, podía doler y mucho, que podías sentirlo porque es como una punzada. Es un dolor tan particular que aunque lo sientas en tu cuerpo tienes que decir que te duele el alma porque, por más que quieras, resulta casi imposible precisarlo, descifrarlo.  Está allí y te ahoga.

Yo no sabía que dolía y creo que no lo habría entendido, ahora sé por lo que han pasado otros, ese fardo que llevas encima y te sume en una tristeza que es agobio y es pena y es rabia y es abatimiento y es desasosiego y es…recuerdo de los momentos vividos, las oportunidades perdidas, las ocasiones que se dejaron pasar de largo.

Y recurres a lo que fue y te encuentras con tantas cosas buenas y es ahora cuando, lamentablemente, te das cuenta de lo perdido, de lo desandado y la memoria te regala los momentos gratos y quizás también los que pensabas que no lo eran tanto que el tiempo va endulzando a su paso. Y regresan a la boca sabores compartidos y respiras los olores de la casa que, a fuerza de cotidianos, los damos por sentados sin saber que puedes perderlos, que no estarán más nunca contigo, entonces se convierten en manjares las tajadas maduritas, las caraotas bien aliñadas de la abuela, la carne mechada bien sequita –como le gusta a mi mamá…Y te entra una nostalgia prematura.

Y con los sabores saboreados te viene los paisajes contemplados, los momentos vividos, y el dolor te va horadando todavía más en la certeza de que nada volverá a ser igual, aunque te digan que es mejor ahora porque siempre hay un futuro por delante, que todo saldrá bien y que la esperanza es lo último que se pierde. Pero la desazón va tomando cuerpo y te invade sin que puedas oponer resistencia.

Y te vas deshojando de a poquito como la cebolla, desde afuera y hasta adentro con el llanto incluido. Sientes que te van quitando, poco a poco, la piel para dejarte sólo con el poco corazón que te queda porque sabes que tienes que decirle adiós a todo,  a lo que tenías contigo y creías tuyo, a tu casa, tu cama, tus matas, tus libros y todo lo que te era conocido y te rodeaba pero, también tus afectos, a tus recuerdos, tu pasado, tu clan familiar y a ese fardo en el que se ha convertido tu vida. Tienes que pensar en tus hijos y en lo que conviene hacer, en las decisiones por tomar que no puedes eludir por más tiempo porque te van cercando y hay que ser oportuno…si, oportuno.

Tienes que decir adiós y cerrar la puerta para comenzar a juro, sin querer, una nueva vida que tú no querías y que nunca había estado entre tus planes. Una nueva vida en la que la incertidumbre es quizá lo más cierto, como hoy. Y en tu equipaje el exceso no está en el peso de la valija sino en el del corazón porque aunque no quieras, no te ha quedado otra.

Y la nostalgia y el temor y la pesadumbre te toman de nuevo, justo cuando deberías tener la cabeza sobre los hombros, las ideas en orden y los pies bien puestos sobre la tierra para poder emprender ese camino inescrutable que se presenta ante ti, no como una novedad sino como lo inevitable.

Estás dispuesta a cerrar capítulo, y la puerta, dejar todo atrás, pero, en un último momento de duda, de flaqueza, de vacilación, te volteas, como Orfeo, para asegurarte que estás dejando el infierno, te volteas una vez más porque no quieres despedirte pero debes hacerlo, y tragas grueso y de la punzada ésa, sale un atisbo de coraje que te permite, en ese instante, decirle adiós a tu país...

Publicado el 06/02/2009
Isabel Rodríguez
Isabel Rodríguez