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Hola, princesa


La carta

Hola, princesa:

Apenas puedo sostener la pluma con la que te escribo, convaleciente en este hospital.

Tengo pesadillas donde se repiten las imágenes de mi accidente. Era día de quincena y quería sorprenderte, pero tuve una de esas jornadas para el olvido, en mi oficina.

La jefa parecía respirar sobre mi hombro y cada dos por tres me pedía el informe. Lo tenía terminado en realidad, pero me distraía haciendo la agenda para nuestro encuentro.

Reservé la mesa de siempre en el restaurancito que te gusta porque tiene vista al Ávila. El menú, sencillo: Carpaccio de salmón, de entrada; arroz a la marinera y un vino blanco Chardonnay. El postre: torta marmolada de chocolate y naranja con masa de migas. La cita sería a las 7 y de allí iríamos a ver a tus padres para que nos dieran el permiso de casarnos.

En eso estaba cuando llegó la supervisora y se paró a mi espalda para exigirme que le imprimiera el documento y cinco copias para la junta de las 5.

Lo hice y a tiempo. Puede salir apenas a las 6, compré unas flores y no me quedó otra alternativa que tomar una moto taxi.

Un chamo de unos 17 años conducía aquella tarita de 150 CC con más agilidad de la que yo sostengo mi pluma ahora. Comenzó comiéndose una enorme flecha, zigzagueando de frente a los carros. Apreté mis rodillas que rozaban toda clase de parachoques, pero no aguanté y lo paré. “¡Chamo! ¿tu estás loco? Quiero llegar a mi cita no al infierno acompañado de un adolescente motorizado”.

Una vez que se disculpó, proseguimos en la ruta. Mi felicidad pasaba por encima de mis temores. Veía a la gente regresando a casa, muchas amas de casa llevaban de la mano a sus hijos que lucían sus trajes de hada madrina, Blanca Nieves o Superman manchados de golosinas.

“Los contratos colectivos deberían garantizar la dotación de disfraces para Carnaval, como si fueran útiles escolares. Dan un colorido inigualable a esta época del año pero muchas familias no pueden costearlo”, pensé.

Estábamos a 2 cuadras de nuestro destino cuando sentí que una ambulancia venía por mi derecha. Nos apartamos pero fue tarde, cuando pasaba a nuestro lado nos enganchó. Me aferré a las flores mientras rodaba sobre el asfalto caliente. Un poste me esperaba y le llegué con la cadera derecha. No perdí el conocimiento pero estaba inmóvil, escuché voces y cornetas. Alguien vació  mis bolsillos y al arrancarme el celular y emprender su huida, me pisó la mano que con la que aun sostenía las flores, mi amor. Giré la cabeza y pude ver como las pateaba al momento que las solté.

El mismo motorizado que me conducía hacia ti te llevará mi carta. Disculpa el embarque y dile a mis suegros que mis intenciones son buenas, pero los médicos me informaron que no volveré a caminar.

Publicado el 04/02/2010
Gustavo Gil
Periodista con vasta experiencia en el ámbito de los órganos de prensa escrita. Casado, padre de tres hijos y un enamorado perdido de su mujer, Indira. “Doy gracias a la vida por las mujeres que puso en mi camino, empezando por mi mamá, Marina”, dice el escritor.