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Dulce compañía


 

Estimado bebé:

Apenas me invadió el feliz secreto de tu inmensa existencia y comencé a pensar en todo lo que implicaba tu llegar. Desconozco cuándo comencé a amarte, porque siempre te amé. Me miraba la pancita todos los días en espera de que te notaras. A pesar de que callara, ansiaba anunciarte. Todas esas veces soñé tenerte entre mis brazos y canté.

Lo que yo realmente deseaba era disfrutar de tu inocencia, corretear tus primeros pasos, sobrevivir a tu adolescencia contigo, detestar a los detestables y amar a los indiferentes: Juntos. Aprender juntos, crecer. Pero tú no eras del tipo que necesita crecer.

Prefiero creer que eras perfecto. Un alma perfectamente noble que vino a mí sólo para hacerme reflexionar. Para acompañarme en los momentos en que me despierto con tus pequeños pies sobre mi cara; o cuando acelero el carro sin ningún reparo, sólo por la prisa de ir, y te veo ahí colgado de mí con esa mirada inocente que nunca miré.

Los ángeles no pueden tocar el mundo.

Tu recuerdo es un reflejo vivo en el llanto de cualquier niño. Y así te escucho. Es el corazón acelerado por algo que olvidé accidentalmente, y así te siento siempre ahí.

Esa noche, cuando miré la sangre por encima de las blancas sábanas inmediatamente recordé los rojos trazos de la primera pintura que me impresionó. Los de aquel lienzo eran múltiples trazos, podrían interpretarse de muchas formas. Los de mi cama me amargaron y entristecieron de golpe, porque sólo podrían significar "algo" y yo, lo entendía bien.

Pretendí correr y salvarte. Los pretextos siempre nacen en medio de la falta de resignación. Corrí por los gritos de un alma compañera que se había acostumbrado a tu presencia dentro de mí. El embarazo es la cosa más noble que nos sucede. Es el tiempo entre paréntesis de una vida principal y tú eras esa vida principal. La urgencia emergía de la incapacidad de perderte, pero el dolor en el corazón hacía que cualquier sentir físico resultara irrelevante.

Cuando llegué ante el doctor, horas más tarde, me concentraba en distraerme de su sentencia. Te confieso: no escuché el diagnóstico. En cambio miré a través de la ventana y estaba medio sentada cuando perdí el control del cuerpo, que se desvaneció apenas me vi sin ti.

Los niños nacen generalmente en medio de un dolor, pero de este dolor nadie vendría.

El alboroto de la sala se oía como un eco dentro de mi cerebro. El traslado, primero en la camilla y luego en la ambulancia, me dejaba aturdida con tu sola compañía. Me quedé perpleja por mucho tiempo refugiada en la imagen de tu candidez. Pensé que te parecías a mí, luego a Santiago y los identifiqué a los tres, (mis hijos) entre las miles de sonrisas que me persiguieron. Hasta que tuve que volver.

No creas que volví sólo por los que dejaba. También volví por ti. Y quiero decirte que tu camino no acabó. Algún día volveremos a encontrarnos en el mismo tiempo y espacio: Será nuestro momento. Hasta entonces siempre serás mi bebé en camino.

Gracias bebé. Te amo. Yo.

Publicado el 23/02/2012
Maryneat Rodríguez
Mujer y madre. Totalmente pasional, autocrítica, pensante. Siempre digo que no soy gente, porque se puede esperar cualquier cosa de mí, estoy en proceso de admisión a mi humanidad.