Aeropuerto de Maiquetía, 24 de agosto de 2007
Hoy me desperté pensando cómo iba a recordar a mi tía Paulina a la que acabábamos de enterrar a los 98 años, y en cómo me iba a referir a ella, tan margariteña, tan fuerte y a veces tan huraña, pero que me dejaba hacer lo que quisiera en su casa. Y de repente, esa llamada infausta del otro lado del país, fulminante, me cambió todo lo que en mi mente estaba organizando.
Siempre pensé que un día me avisarían de la muerte de mis amigos llenos de excesos, pero jamás que me avisarían que ella, mi comadrita del alma, mi hermana del corazón se iba a ir así, sin despedirse. Ella que todo el tiempo decía que yo era una bendición en su vida, y yo que le repetía que era ella y los suyos en la mía. Ella al frente de un barco que era su familia, dando órdenes, mandando siempre, resolviendo con contundencia, sin ambigüedades, y yo atrás, siempre a la pata, haciéndola reír, pero sin su determinación y mucho menos sin su carácter. No tengo cómo agradecerle a la vida la fortuna y el privilegio de haberla tenido en mi vida desde los 17 años. De haber aprendido juntas a hacer caraotas, hasta un jugo de lechosa sin licuadora. De pelear cuando hacíamos mercado porque que a mí me gustaban unas cosas y a ella otras, y tomar la decisión en esa pelazón de estudiantes sobre qué comprar, si sardinas o pimientos morrones. Nos estresábamos, pero siempre había un final feliz. Aprendimos juntas a organizar una cena para los primeros novios, las primeras dudas sobre el sexo, y los sustos por las posibles consecuencias. La solidaridad automática y sentir el dolor de una como si fuese propio. Las despedidas, “cuídate mucho, comadrita",”te quiero mucho, comadrita".
Mi homenaje no puede ser otro que recordarte, siempre en los buenos momentos y en las anécdotas más locas y maravillosas que pasaron en mi vida; en nuestros viajes juntas, en la peleadera con los que no sabían hacer bien su trabajo; en los días de gripe en que me hacías limonada, y en especial cuando me gradué y agarré una borrachera. Tú me metiste bajo la regadera con todo y ropa, para que nadie se diera cuenta. Allí nos separamos y dejamos de dormir bajo el mismo techo, pero comenzamos a estar más cerca que nunca. Fui la testigo de tu boda, hasta la madrina de tu primer hijo, y la que leyó la lectura de la Biblia en la misa por tus 25 años de casada. Cuántas cosas maravillosas me ofreciste. Ay, comadrita, no sabes qué desconsuelo. Tú precisamente, tú, la que más falta hacía, no sólo a mí, sino a los tuyos.
Cómo definirte en ese metro ochenta y con esa pata 40. Toda la generosidad del mundo cabía en ese tamañote. Todas las sonrisas, toda la valentía, todos los retos y sueños cumplidos, y los que se quedaron en el camino. Hoy no tengo palabras, sólo imágenes que se repiten en mi cabeza; los bautizos, las primeras comuniones, las graduaciones, las bodas y los entierros. Todas las veces que me acompañaste a despedir a mis muertos. En todo esos momentos tan difíciles que me tocó vivir; tú siempre estuviste allí.
La vida juntas por 30 años. No sólo no te conformaste con ser la amiga eterna. Yo era tu orgullo por todo lo que, según tú, yo había hecho. Llegaste al extremo de ponerme de ejemplo y traspasarme a tus hijos como si fueran míos; no sólo a mi ahijado, sino a sus hermanos, que tenían tal confusión que me llamaban madrina, y el ahijado me decía tía o hasta abuela.
Ahora yo tengo que ir a verte una vez más para un acto que se adelantó. Sólo que no me vas a ver, ni a abrazar, ni me vas a presentar con orgullo y decir que yo soy tu hermana. Tengo un hueco terrible en el alma, sólo espero que estés bien, y de verdad, gracias por escogerme como un afecto en tu vida. Gracias por elegirme y guardarme en tu corazón.
Hoy me desperté pensando cómo iba a recordar a mi tía Paulina a la que acabábamos de enterrar a los 98 años, y en cómo me iba a referir a ella, tan margariteña, tan fuerte y a veces tan huraña, pero que me dejaba hacer lo que quisiera en su casa. Y de repente, esa llamada infausta del otro lado del país, fulminante, me cambió todo lo que en mi mente estaba organizando.
Siempre pensé que un día me avisarían de la muerte de mis amigos llenos de excesos, pero jamás que me avisarían que ella, mi comadrita del alma, mi hermana del corazón se iba a ir así, sin despedirse. Ella que todo el tiempo decía que yo era una bendición en su vida, y yo que le repetía que era ella y los suyos en la mía. Ella al frente de un barco que era su familia, dando órdenes, mandando siempre, resolviendo con contundencia, sin ambigüedades, y yo atrás, siempre a la pata, haciéndola reír, pero sin su determinación y mucho menos sin su carácter. No tengo cómo agradecerle a la vida la fortuna y el privilegio de haberla tenido en mi vida desde los 17 años. De haber aprendido juntas a hacer caraotas, hasta un jugo de lechosa sin licuadora. De pelear cuando hacíamos mercado porque que a mí me gustaban unas cosas y a ella otras, y tomar la decisión en esa pelazón de estudiantes sobre qué comprar, si sardinas o pimientos morrones. Nos estresábamos, pero siempre había un final feliz. Aprendimos juntas a organizar una cena para los primeros novios, las primeras dudas sobre el sexo, y los sustos por las posibles consecuencias. La solidaridad automática y sentir el dolor de una como si fuese propio. Las despedidas, “cuídate mucho, comadrita",”te quiero mucho, comadrita".
Mi homenaje no puede ser otro que recordarte, siempre en los buenos momentos y en las anécdotas más locas y maravillosas que pasaron en mi vida; en nuestros viajes juntas, en la peleadera con los que no sabían hacer bien su trabajo; en los días de gripe en que me hacías limonada, y en especial cuando me gradué y agarré una borrachera. Tú me metiste bajo la regadera con todo y ropa, para que nadie se diera cuenta. Allí nos separamos y dejamos de dormir bajo el mismo techo, pero comenzamos a estar más cerca que nunca. Fui la testigo de tu boda, hasta la madrina de tu primer hijo, y la que leyó la lectura de la Biblia en la misa por tus 25 años de casada. Cuántas cosas maravillosas me ofreciste. Ay, comadrita, no sabes qué desconsuelo. Tú precisamente, tú, la que más falta hacía, no sólo a mí, sino a los tuyos.
Cómo definirte en ese metro ochenta y con esa pata 40. Toda la generosidad del mundo cabía en ese tamañote. Todas las sonrisas, toda la valentía, todos los retos y sueños cumplidos, y los que se quedaron en el camino. Hoy no tengo palabras, sólo imágenes que se repiten en mi cabeza; los bautizos, las primeras comuniones, las graduaciones, las bodas y los entierros. Todas las veces que me acompañaste a despedir a mis muertos. En todo esos momentos tan difíciles que me tocó vivir; tú siempre estuviste allí.
La vida juntas por 30 años. No sólo no te conformaste con ser la amiga eterna. Yo era tu orgullo por todo lo que, según tú, yo había hecho. Llegaste al extremo de ponerme de ejemplo y traspasarme a tus hijos como si fueran míos; no sólo a mi ahijado, sino a sus hermanos, que tenían tal confusión que me llamaban madrina, y el ahijado me decía tía o hasta abuela.
Ahora yo tengo que ir a verte una vez más para un acto que se adelantó. Sólo que no me vas a ver, ni a abrazar, ni me vas a presentar con orgullo y decir que yo soy tu hermana. Tengo un hueco terrible en el alma, sólo espero que estés bien, y de verdad, gracias por escogerme como un afecto en tu vida. Gracias por elegirme y guardarme en tu corazón.
Publicado el 05/02/2012
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Caraqueña de Nacimiento, Margariteña de corazón, soy una persona luchadora , con buen sentido del humor,creo profundamente en la amistad , y en esa familia que elegimos, lectora desenfrenada de todo lo que llega a mis manos, admiro profundamente a los científicos y a los que siempre estan dispuestos a dar un paso mas, me gusta escribir pero nunca lo muestro , esta vez pensé que era una deber. Me gusta viajar , pero adoro este país con todo.... lo bueno y lo malo , Mi sueño recurrente es que vuelva a ser como era , el refugio de muchos y el hogar de todos.