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La madre natural


Querida María C.

Revisando anoche al volver del cementerio esa caja misteriosa y rotulada como “Importante” que durante años guardaste en tu clóset, encontré mi cédula, la primera. Reí tan alto como pude, y también lloré, pero sólo por un ratito.

Era la mañana del 4 de enero de 1987, un día después de mi cumpleaños número 8, y me levantaste tempranísimo para ir a la DIEX de El Bosque. Era el primer día de trabajo luego de Navidad y Año Nuevo, y los ánimos del personal no ayudaban al madrugonazo. Los niños esperábamos en una salita que tenía un ludo y un botellón de agua mineral, una habitación sin ventanas donde Bolívar era niñera y nos vigilaba desde las alturas de su marco dorado. Me había llevado un par de Condorito edición especial, y aunque no quería compartir, no tuve más remedio que hacerlo porque una niña con permanente y que parecía recién salida de una cuña de Cotton Candy, tenía pequeños pony de crines fucsia que no dudé en intercambiar.

El tiempo pasaba tan lento que retrocedía. Luego de lo que a mí me pareció una eternidad, escuché que me llamaban desde un misterioso cuartico al final del pasillo. Dejaste tu Hola! en la silla, te acercaste, me peinaste y advertiste con dedo y todo que no sonriera mucho para que no salieran los aparatos en la foto. Sin duda ya sabías que lo único que había heredado de tu belleza eran los tobillos.

En el cuartico me tomaron la foto y me dijeron que me sentara a esperar. Pasaron mil horas más hasta que me entregaron la cédula. La foto era perfecta: media sonrisa, barbilla arriba y pelo prolijo. Estaba feliz.

Salí saltando del cuartico mientras me hacías señas desde la puerta para ir corriendo al carro. Ya era el mediodía y tenías que pasar por la oficina. Pero miraste la cédula y te detuviste en seco. Diste la vuelta y regresaste con un “qué bolas” taconeando al cuartico. A todo pulmón gritaste: “Necesito hablar con el director, esto es una injusticia con mi hija”.  Yo me asusté muchísimo. Cuando mi mamá se ponía brava cualquier cosa era posible.

La señora que tomaba los datos se acercó y te pidió que te sentaras, le explicaras y que por favor no gritaras. Nada. Me jalaste todavía más fuerte hacia una puerta de madera que decía, precisamente, “Director”.

A estas alturas toda la gente que hacía cola afuera se había asomado. También el director, un personaje bigotudo de corbata roja y paltó azul que parecía no haberse recuperado de una resaca descomunal. Le dijiste que te permitiera pasar a su oficina para explicarle, y asintió con una mezcla de fastidio y pereza. Entramos al sancto sanctórum de la DIEX de El Bosque, donde no uno sino dos Bolívares miraban desde la pared, junto a una foto de Lusinchi con condecoraciones y escudo de Venezuela de fondo. Me senté en un sofá que había en la entrada de la oficina mientras te parabas frente al director. No lo dejaste hablar: “Mi hija es hija natural, allí está en la partida de nacimiento. Pero usted sabe tanto como yo que en 1978 el congreso aprobó una ley que les permite a los hijos naturales tener los dos apellidos de la madre. Esta cédula hay que repetirla porque yo no voy a permitir que a mi hija la discriminen el resto de su vida por un error que cometí en mi juventud”.

Yo me quedé fría. No sabía qué significaba ser hija natural pero supuse que no sería nada bueno. El director te observaba incrédulo, no la vio venir. Tomó la cédula, me miró y alzó tanto la voz hacia la nada omnipresente que temí por el cuadro de Lusinchi: “Uzcátegui, pase a esta niña a que le hagan otra foto para que repitan esta cédula inmediatamente. Y pongan todos los datos que le diga la señorita”.

En mi cédula, la primera, aparezco medio sonriente, barbilla alta y pelo perfecto. Tengo un solo apellido. En mi segunda cédula, expedida el mismo día, y en todas las cédulas que he tenido desde entonces, las fotos me hacen menos justicia pero soy Geraldine Daniela Villasmil Febres, hija de María Coromoto Villasmil Febres, la mujer más valiente que he conocido. Me hubiera gustado decírtelo más a menudo, también que me encanta ser tu hija natural y que lo seré siempre, afortunadamente.

Te extraña,

Geraldine

Publicado el 27/02/2013