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Mi Amado Ladrón Napolitano


La Bella Napoli lo perfuma a uno de bassilico, ajo y pomodoro y creo que por eso yo me sentía reina de la pizza, cual Diva Grecolatina cuando de pronto te vi del otro lado de la calle.

Con el rabo del ojo vi el rubio de tus cabellos que pincelaba una luz de oro al cielo de tus ojos que me seguían. Por un momento sentí que ahí estaba el Ángel Apolo de mis sueños, reencarnado en vivo y en directo. Me estabas mirando y me mirabas mucho, pero yo igual me hice la dura y seguí mi rumbo con el paso firme y derechito por la Gran vía.

A medida que cruzaba la primera, la segunda, la tercera y la cuarta cuadra,  sentía cómo me acompañabas desde el otro lado de la acera. Te vi sonreírme  y ese besito mudo que me lanzaste exaltó mi deseo de convertirme en mujer conquistada. En mi inevitable vena romántica, ya llevaba escritas en mi mente cuatro cuadras de mi historia de amor tan ansiada. Más al transitar la quinta, te perdí de vista. Te esfumaste en la nada y al final terminé pensando que todo había sido una alucinación producto de mi imaginación prolífica. Sentí nostalgia por ti, compañero anónimo, pues no puedo negar que mi enamoramiento de cuatro cuadras me arrimó a la orilla de la ilusión.

Aun así, con mi corazón orbitando en Venus, yo seguía pisando el planeta de la realidad y me mantuve caminando hasta el final. Ya había aceptado que había enviudado mi amor pasajero, hasta que por fuerza me tuve que detener en una desolada esquina para descifrar la dirección que buscaba. Pero, justo en ese momento, de pronto siento algo frío en mi espalda. El lado derecho de mi cintura estaba siendo tocado por una suave pero filosa puntada que me sorprendió de golpe. Por reflejo me exalté y viré mi cuerpo hacia la dirección en la que venía el filo, descubriendo que no había enviudado.

Ahí en frente te tenía a ti; mi Apolo urbano reencarnado. Yo no sabía qué me punzaba más, si tu mirada profundamente azul, o la navaja con la que me estabas apuntando. Yo en mi inocencia y en mi desfachatada convicción de hija protegida por los Dioses, no hice más que reír. No estaba nerviosa, no sentí miedo para nada. Ni tan siquiera sabiendo que a pocos metros cuesta arriba estaba uno de los barrios más peligrosos de Nápoles.

Algo en mí se sentía profundamente a salvo a pesar de la amenaza de la navaja que sabías apuntar con oportuna discreción. La sonrisa que me regalaste, me hizo tu cómplice. Tú fuiste realmente dulce y la fuerza de tu ternura me dio la suficiente confianza para mantenerme mansa sin reaccionar ante el peligro. No sé cómo, pero yo me mantuve sonreída como luna creciente. Así exactamente era como me hacías sentir, pero rayando la locura del absurdo. En vez de miedo, habitaba en mí una suerte de morboso placer, al verme atrapada por un Apolo, con más cara de ángel que de ladrón. Tú también te reíste conmigo, y en vez de una tragedia griega, ambos convertimos aquella insólita escena en la gracia de una divina comedia.

Recuerdo cómo tu rotunda masculinidad se manifestó sonora al pedirme que abriera mi cartera. Se te iluminó tanto la mirada viendo mi pequeña fortuna saliendo de la garganta de mi bolso, que yo nuevamente caí en la tentación de rayar la ilógica de lo absurdo; pues los dolores por mis dólares perdidos se me diluían observando  tu mirada azul, lo que me recordaba más el amparo del cielo que el infierno de una inusitada expoliación.

El broche de oro fue la fuerza de tus manos en mis cachetes, estampando tus jugosos labios sobre los míos robándome un beso. -“Sei bella”, Fue la canción de despedida que selló mi tragicomedia romántica en el exilio. Y, de inmediato, te habías esfumado de nuevo y ahora sí, dejándome viuda para siempre. En ese momento tenía ganas de que la garganta de mi bolso gigante me tragara para sentir algo de resguardo en medio de las emociones y los sentimientos revueltos.

¡Pues joder! Todavía no sé que me afectaba más, si los dolores por los dólares que me habías robado, o el hecho de que tú, mi amado estúpido ladrón napolitano, no me hayas robado más besos.

Publicado el 21/02/2011
Raquel Méndez
Creativa Publicitaria y Escritora. Creo en el Amor como un estado de conciencia. Me encanta la vida, la gente, las artes, la naturaleza y todo lo que exprese inspiración. Soy mamá y algunas veces hija de mi hija. No pretendo cambiar el mundo y por eso me ocupo de encender mi propia luz interior para apagar la parte oscura que a mi me toca.