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Para ti que eres mi mejor regalo de vida


A mi Pichu:

Hace 23 años viví la experiencia de ver crecer una barriga y escuchar el llanto de un bebé. Con mi "enano", el apodo que le di al primero de mis sobrinos, entendí lo que es querer a una personita aún cuando no nos deje dormir. Después, ocho nuevos sobrinos me dieron el “master” en tía. Pero no fue sino hasta que la última nació cuando tuve la necesidad de tener un muñequito de carne y hueso sólo para mí.

Con mi pichurringa, como he llamado a Carlita desde que nació hace 4 años, supe lo bonito que es ver una película infantil desde la visión del inocente, aprendí a mirar vidrieras de niños y a sentir la angustia de una fiebre. Desde que cumplí 32 y cambié mi estado civil, la idea de tener un hijo estuvo rondando. Jamás lo evitamos, y aunque tampoco llegaba, no tuve la necesidad de escuchar la palabra “mamá” hasta que ella nació. Llevarla a su casa cada vez era triste, así que tenía que repetirme la palabra “tía” para no olvidar mi condición. Fue esa sensación de ser o no, la que me impulsó a pensar con más fuerza en ti.

Y así iniciamos la ronda capitalina con distintos médicos. Una búsqueda constante y la manía de googlearlo todo, me convirtió en una “experta” en asuntos de infertilidad. Muchos nombres de medicamentos y tratamientos, más la lectura de experiencias ajenas, me hacían pensar que había una esperanza. El límite era el dinero, pero gracias a la magia administrativa heredada de mi papá, logramos financiar cinco procesos de inseminación y más o menos la misma cantidad de galenos que, después de consultas interminables, concluían que lo único que debía hacer era olvidarte. Se dice fácil…

Pensé mucho en esa posibilidad, pero algo dentro de mí decía que continuara hasta que después de tantos intentos mi cuerpo no quiso responder. Ese día, ante un diagnóstico que cerraba por completo la posibilidad de conocerte, sentí miedo por la idea de envejecer sin saber lo que es un dulce trasnocho. Ya tenía 40. Superar eso no fue fácil, pero gracias al apoyo de tu papá, hallé la forma de salir adelante.

La adopción llegó sin buscarla, era una forma distinta de ver las cosas en un ambiente donde la ley lo complica todo. Enfrentarse a la realidad de niños en situación de riesgo y asumir que tienes que aprender a quererlos pase lo que pase, no era una idea fácil. “Igual será nuestro”, nos dijimos, y comenzó el proceso: un psiquiatra, un psicólogo y luego, la trabajadora social. En ese tiempo conocimos a Alegría, una niña hermosa, atada a un proceso de Colocación Familiar gracias a una mujer que decidió abandonarla después de cuatro hijos anteriores quienes, según la ley, no podían ser adoptados por separado. ¿Y cómo hacíamos nosotros, sin espacio ni dinero suficiente? ¡Imposible! Teníamos que olvidar a Alegría; a ella sí, pero nunca a su sonrisa.

En ese tiempo comencé a sentir que mi cuerpo me exigía descanso, algo normal en medio de tanta presión. Decidí viajar; 15 días sin pensar en nada excepto en la realidad de no tenerte y en la necesidad de no olvidar mis pastillas de reemplazo hormonal para mujeres “pre-menopáusicas”. ¡Que palabrita! La odiaba, no sólo porque era sinónimo de vejez, sino porque en realidad significaba que no existirías.

Regresé con el mismo cansancio, mis pastillas con las ausencias estrictas de cada día, y un calendario que me recordó que aquello que tanto molesta a las mujeres cada mes, había desaparecido. ¿Desaparecido? ¡Eso no es posible!  ¿Insuficiencia ovárica precoz significa que YA ENVEJECÍ?

Corrí nuevamente a la consulta con la disposición de reclamar un error del médico. Él me escuchó sin decir palabra para después examinarme, hasta que una expresión de asombro acompañó la imagen de un cuerpecito en formación de casi 10 semanas. ¡Lloré! No recuerdo que antes hubiese llorado tanto por alegría. Pichu, estabas allí, mi pichurrita hermosa, mi bebé.

Después de ese día no ha habido ni uno solo sin sonrisas. Ya tienes siete meses, mi Luisa Fernanda. Tengo ojeras, pero disfruto de cada trasnocho. Cambiaste mi vida, mi orden, mis prioridades. Mi mayor preocupación es que nada te falte, que tengas siempre los ojos brillantes y que muevas tus piernitas para mostrarte feliz. Tenerte es mi mejor regalo de vida. Después todo, solo me queda dar gracias a mis sobrinos por enseñarme a querer a los bebés, a mi Carlita, lo más cercano que había tenido de ser mamá. A Alegría, que Dios te cuide donde quieras que estés. Y a ti, mi Pichu, permíteme estar siempre, y agradecerte por nacer y hacernos tan felices. ¡Te amo!

Publicado el 10/02/2012
Lina Villarroel
Caracas Venezuela
Comunicadora de profesión y ocupación. Mamá, luchadora, curiosa y trabajadora. Agradecida con Dios y con la Virgen por darme a mi hija, la mejor razón para trasnocharme, y pidiendo a gritos la guía perfecta para ayudarle a construir su mundo perfecto.