Tamaño de la letra Tamaño de la letra

Vuelo transoceánico



Amado Germán:



¿Recuerdas el día en el que nos conocimos? Fue el día después del funeral de mi madre, y yo no quería ir a aquello. Pero fui. Y te conocí. Y desde aquella noche llevamos juntos. Bastó una noche para que siguiéramos pasando, tú y yo, las siguientes. ¿Te acuerdas? Era la inauguración en la escuela. Tú acababas de volar a Madrid y aún no te habías quitado el desfase horario de encima: para ti era la hora de la siesta y para mí la de cenar. Al principio ni te miré, pero tú me dijiste después (me lo llevas diciendo desde que nos conocimos), que te fijaste en mí enseguida. Ahí, con mi pinta altiva y mi mirada extraña. Claro, no podías saber que el día anterior había enterrado a mi madre.



            Te pedí un vino desde el balcón: estaba fumando y no quería apagar el cigarro. Tú me lo trajiste. Tiempo después, bueno, no tanto tiempo después, aquella misma noche, me dijiste que pensabas que coqueteaba contigo, que te echaba los perros, dijiste, horas después. No era cierto. Eso vino luego, cuando te pedí el vino era vino lo único que quería. Pero me lo trajiste.



            En el balcón te escuché el relato que me enamoró de ti. Amor a primera oída. Porque lo que escuché de ese momento en el que en un vuelo transoceánico, no amanece, sino que se hace de día, de repente, de un segundo a otro, y se pasa de la noche y su oscuridad a las promesas, fue lo más bonito que había escuchado nunca. Eso me hizo mirarte de nuevo. Mirar más allá de tus rastas; de que el Coco se te pega cuando has nacido en él (como dices tú); de que para ti los sándwich son sánduches; de que cuando hablas en parlache apenas te entiendo; de que entre Chamberí y Medellín hay más de diez mil kilómetros; y de que mi dieta ni aguanta tanto arroz ni soy capaz de terminarme una bandeja paisa



            Todo aquello lo solucionamos pronto. O quizás no tanto: costó. Te costó una indigestión en mi cena de cumpleaños, con tanto formalismo español y tantos collares de perlas y relojes caros. Perdona, amor, tú vienes del Coco, yo… de Chamberí. Y lo de mi madre por encima, por dentro de mí. Y el primer aniversario de su muerte llorando hasta la histeria, preguntando a mis hermanas a qué hora había sido, ¿a cuál?, ¿a cuál?, ¿las dos o las tres de la mañana?, ¿qué hora fue? No. No te lo puse fácil. Te bravié (como dices tú), te traté con un desdén histórico, el que acumula daños desde la pérdida de Helena, el que acarrea el pecado original… Pero seguiste, seguiste a mi lado. Y aquí estamos.



            ¿Sabes? Después de tanto tiempo, después de tantos viajes transoceánicos de Medellín a Madrid y vuelta, aún no consigo que la imagen del momento en el que el avión pasa de la noche al día sin transición (así, como pasan las cosas buenas, sin anunciarse) iguale la belleza de tu narración. Te escribo esta carta para decirte eso. Eso, y que no quiero separarme nunca de ti, y que, si yo no tuviese esa mirada tan extraña que tú confundiste por un coqueteo aunque fuese pena por mi madre, no estaríamos juntos. Gracias, mamá, por cuidarme desde el cielo. Gracias, Germán, por cuidarme desde aquí cerquita: en Madrid hace frío en invierno, pero tú te ocupas de taparme por las noches.  



Te amo,



Lucía



Publicado el 17/02/2013