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A mi cuña


Fort Lauderdale, 7 de enero de 2013

Alfredo:

Esperando que suene el teléfono y escuche la mala noticia, te escribo esta nota, mi querido cuñado. No quiero que sea demasiado tarde para agradecerte el que hayas hecho feliz a mi hermana por casi cuarenta años. Recuerdo cuando te conocí; yo era apenas un carajito. Te recuerdo alto y guapo, con esa vocesota, macho de pelo en pecho, con tu cajetilla de Astor azul en el bolsillo y tu Mercedes plateado. Te confieso que me intimidabas, tenías esa personalidad carismática a veces hasta arrogante.

Mi hermana nos presentó e inmediatamente supe que la perdería, que te la meterías en su corazón y me la quitarías. Supe también que cambiarías para siempre el curso de nuestras vidas.

Tantos momentos gratos vienen a mi mente que me cuesta ponerles un orden cronológico: el disco de Abba que me regalaste, mi primera pista de carros, los fines de semana cuando nos llevabas al cine a mí y a mis hermanos, o nos invitabas a Jaime Vivas a comer carne  y qué felicidad ir al parque El Conde a montarnos en el Ciclón. Trajiste alegría a mi vida, descubrí un mundo nuevo, un mundo en el que me desconectaba de la triste realidad de vivir con un padre borracho y abusivo que trataba a mi madre como una mierda y que robó mi infancia. No quiero ni imaginar dónde estaríamos ahora si no te hubiésemos conocido.

¿Recuerdas  cuando te casaste con mi hermana? Me hiciste llorar hasta el desconsuelo. ¡Qué malvado! Mi hermana se iría por tu culpa, te la llevarías. Ahora que lo pienso bien, no sé si lloraba por mi hermana, porque se acabaría ese mundo de diversión de los fines de semana o porque ella era la afortunada de escapar del infierno que vivíamos en casa. Yo también quería que me llevaras.

Luego llegaron los sobrinos, catiritos bellos, ya hoy convertidos en hombre y mujer, que además te dieron nietos. Debo admitir que sentí un poco de celos con el primero cuando nació; vainas de niños, digo yo.

La voz me cambió y también el tema de nuestras conversaciones. Me hablaste de sexo sin tapujos y dejabas las revistas Playboy en el baño de tu oficina a propósito. Me hacías sentir grande e importante cuando compartías tus secretos conmigo o cuando soltabas la carcajada cada vez que te sorprendía con mis opiniones un poco prematuras para un muchachito de mi edad. Aprendí a manejar en tu carro y te hiciste el pendejo cuando un día le rayé el parachoques. Fuiste como un papá para mí y para mis hermanos.

Admiraba  cómo fumabas, parecías un modelo de revista. Por supuesto que seguí tu ejemplo y también fumé. Yo decidí dejarlo pero tú no, y hoy por culpa del puto cigarrillo es que estoy aquí esperando la mala noticia. La impotencia me abruma al no poder ir y darte un abrazo de despedida. A la vez tengo una sensación de alivio porque en mi mente estás buen mozo y elegante como siempre, y escucho tu voz: “epa, chamo”. Así te quiero recordar.

No hay llamada, sólo un mensaje de texto de mi hermana que dice: “Hermanito, ya partió”.

Una vez más me has hecho llorar, has abandonado a mi querida hermana, te fuiste en silencio… no me dejaste terminar esta carta a tiempo.

Buen viaje, dale saludos a mamá. Te quiero mucho, cuña.

Daniel

Publicado el 02/02/2013