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Hola mi querida Cecilia


¡Hola mi querida Cecilia!

Trato de repetírmelo sonriendo cada vez que me asomo al espejo desde hace algún tiempo, pero no consigo respuesta. Parece tratarse de una máquina tragamonedas dañada. En algunas personas se da el milagro del amor a primera vista entre ellas y su conciencia, pero yo he tenido que aprender a quererme. Necesito cambiar y por eso celebro mi propósito de escribirme esta carta, para que ni ahora, ni nunca, vuelva a olvidárseme cuanto me amo.

Es fácil hacerlo mientras tienes cerca a todos tus seres queridos y gracias al trabajo, cosechas algunos logros. Pero ahora, cuando percibo que no soy eterna, que cuando trago las penas y las alegrías se me van por el camino viejo, siento que algo trascendente está ocurriendo, tiendo a irme hacia abajo y tengo que hacer un esfuerzo para revertir la tendencia. Rememorando integraré los momentos felices para quedarme en el medio, o pondré toda la voluntad para que mi autoestima vaya “in crescendo”.

Mi existencia no ha sido una ficción que encubriera cuanto quise ser. He vivido para servir y comprender a todos, convencida de que como en el tenis, no se puede ganar sin servir. Sin embargo, al darle la vuelta a la hoja de vida, he empezado a observar cosas insólitas. Se detienen las nubes donde viajo, me canso antes de lo acostumbrado,  ya no le encuentro gracia a verme como los otros me dicen, o imagino que me ven,  me pesa haberme dejado imponer la razón y el rigor de los otros, me duele ver mi sexo que domesticado siempre por el amor, parece resignado luego de haber llorado varias despedidas y debo arrullarme con algunas canciones, que rememoro en mi acordeón, para espantar el miedo antes de acostarme. Sin embargo, esto tiene su pizca de gracia.  Parodiando al poeta Ryookan: aún con las hojas secas  puedo encender fuego.

De repente entre sueños y logros, he estado confundida y tendré que recomenzar  imaginando cómo sería una mujer de mi edad, quien con los ojos bien abiertos, aspira a inmunizarse contra la dura autocrítica, a saltar la melancolía y la tristeza, como cuando de niña jugaba brincando los días de la “semana”, dibujada con tiza  en el piso y luego asombrada colocaba finalmente los dos pies en el “domingo” para continuar caminando con elegancia.
Ahora me pregunto con uno de mis escritores preferidos: “¿Qué tengo que certifique lo que he sido, lo que ahora soy?” Mi cuerpo, el más fiel y mejor de mis amigos. Luce como instrumento musical de museo, que después de un rol decisivo ante grandes exigencias de mi parte, ahora tiende a hacerse invisible. Su nobleza y perfección son tales, que reacciona bien cuando dedico tiempo a enriquecer y equilibrar mi espíritu y entonces éste trabaja como su artesano. La familia y amigas son quienes logran entender el lenguaje corporal que traduce mis sentimientos, pero me estoy quedando sin intérpretes, se están yendo y ya no estoy para coreografías.

Entonces, motivada por su amor, luce conveniente romper con lo acostumbrado para interactuar con el objeto más cercano, ahora que por razones de salud me veo obligada, aún sin sentir sed, a tomar agua: un vaso. Integrarlo a mi horizonte y observar el resultado de viajar continuamente con ese boleto de ida y vuelta del pasado al presente y viceversa, lugares donde al no permanecer mucho tiempo, todo se transforma en interesantes enigmas por descifrar.
Han reaparecido los vasos de todos los espacios que habité,  aspirando casi a que cada uno de ellos, me devolviera una imagen de mis antiguos rostros. Todos me insinuaban mujeres diferentes, entumecidas y entrelazadas por el miedo.  Al infierno por los pecados de acción y de omisión, a la fragilidad de las relaciones de pareja, al futuro, entre otros. Quisiera sepultar las raíces de mis miedos en aquellos húmedos recipientes, para no volver a sentirlos.

Aparecieron también como reafirmando la idea de una Cecilia escindida y que la realidad y Cecilia están ahí, con todos sus problemas e incertidumbres, sentimientos y contradicciones, no precisamente para embarazarme. Todo depende de la lógica, o el cristal que utilice para verlas. Aspirar a la situación ideal, o a la Cecilia perfecta,  son excusas para quejarme.
Ante la dispersión provocada por la variedad de Cecilias, parece como si queriendo  inconscientemente ponerle fin a esas fragmentadas identidades, a ese etapa de cambio continuo,  las hubiera recolectado, o circunscrito a  los cinco vasos que uso y me acompañan siempre ahora en varios lugares de la casa y en el carro. Diferente cada uno del otro, como para recordarme que no puedo soñar despierta en el escritorio, que en la mesa no puedo pensar en el trabajo, sino masticar lentamente y concentrada disfrutarlo todo. Pero necesitando articular de alguna forma todas esas fracciones de mí ser, he pensado que esos vasos pueden transformarse en comunicantes, gracias al toque mágico de mis labios.

No sé si ha sido una buena estrategia, pero ha mermado el cuestionamiento de mi identidad y de la coherencia de lo que me rodea. Además, ha servido para percatarme de la importancia de la perspectiva adoptada y seguir buscando la más conveniente. Estoy renunciando a las otras Cecilias, cuando al elegir uno de los vasos prefiero el que me acompaña en mi coche cama, porque mi espíritu nómada se entona viajando mediante la lectura, la escritura y la música alrededor de todas las épocas y lugares. Algo sucedió de repente, que ya poco me interesa el resto y me siento culpable. Podrían ser las circunstancias. Entonces conviene discernir, si di lo suficiente en cada momento y ahora la vida me compensa dándome la oportunidad para dedicarme a reinventar mis partes inconclusas y a procurar su armonía. Visualizándolo de esa forma, creo que mi autoestima no vuelva a irse de vacaciones por tanto tiempo.

Satisfecha mi curiosidad de saber cómo sobreviví, sintiendo desde muy joven que no estaba preparada para las obligaciones que asumí de repente, concluyo que funcioné con un piloto automático programado para levantarme, continuar y volver a caer siempre en las instrucciones de responsabilidad y valentía. Admiro a quienes lo diseñaron, aunque hayan filtrado tanto el placer y diferido la mayoría de las recompensas para la otra vida. Ya basta de la satisfacción del deber cumplido, existen otras. Confrontar la realidad a temprana edad me ayudó a lograr mayor familiaridad y comprensión de la vida y a construir mi más preciado tesoro, la independencia. Me costará dosificar la velocidad en este último movimiento, que espero sea un adagio. Por su lentitud y dulzura, es el que mas disfruto de la música. Mi voluminoso equipaje incluye personas adorables, flores, libros, amaneceres,.. y secuencias, que dan la ilusión de eternidad, pero sólo me restan algunos  compases.

Recuerdo mi fascinación en aquella presentación  del Ciclo Lied. Y a mi hijo, pidiéndome moderación al aplaudir. La melodía del piano resaltando el poema puesto en música. Y ambas, poema y melodía reforzándose mutuamente. No tendré el genio de Schubert, pero apoyándome en mi fortaleza interna y en mi orgullo podré intentar esa armonía entre cuerpo y espíritu, entre los otros y yo.  Así las cosas, no importa donde viva, ni la ausencia de los seres queridos, el amor propio me inspirará para emplear mi vitalidad residual en seguir descubriendo nuevos mundos. Ninguna voz interior, me dirá más: vos no sois lo que debéis y sois la culpable del calentamiento global.

Un abrazo emocionado que fortalezca tu espíritu. El frío en los pies no es miedo a la muerte, sino el estrés derivado de haber renunciado a ser mujer, para intentar convertirte en algo fuera de serie, complicado y difícil.

Cecilia

Publicado el 06/02/2008
Cecilia Manchola
Soy Colombiana nacionalizada Venezolana, Economista, ligada al mundo de las Finanzas y al Universitario durante años, desde 1992 tomo tiempo para mí, mis cuatro hijos, y mi nieta. Hago yoga, leo, escribo y toco el acordeón… La escritura es vital: ordena mis ideas, mitiga mi insomnio.