Caracas, 15 de Octubre de 2006
Amigos, la vida tiene una forma bien extraña de hilvanar en el tiempo las distintas experiencias a la que nos somete. De niña, aprendí a tener la precisión para delinear y matizar colores en rostros hechos de cerámica, esta destreza me permitió manifestar el amor más grande que me ha podido nacer por encima de mis propios temores.
Era el treinta de marzo del año 2003. Aquel día llegué al lugar donde estaba el resto de la familia, visiblemente afectada por lo que había ocurrido el día anterior, me tomaron suavemente por el brazo y me llevaron al baño para tranquilizarme. Se fue calmando mi ánimo, tanto que tuve una idea: - ¡Quiero maquillarla! -. Debía regresar a casa y para no irme sola, aproveché que alguien iba saliendo y pedí que me llevaran. En el trayecto solo imaginaba los colores que usaría; cómo pondría el delineador, incluso qué pintura de labios le quedaría bien.
Al llegar a mi destino, comí poco y rápido, luego, tomé un bolso de tela y empecé a buscar en el baño los distintos estuches de maquillaje que podían ser útiles. Definitivamente, una luz interior me daba fuerzas, porque temblando y en el estado más frágil que ha podido estar mi ser, regresé al encuentro con mi familia sin esperar la compañía de nadie.
Me dirigí a la habitación donde ella estaba, dispuesta a entrar, mi madre decidió acompañarme, yo estaba muy entusiasmada al tiempo que ansiosa, no había estado tan cerca de ella desde la semana anterior.
Lo primero que hice fue preparar la base, que al rozar su rostro, el color se tornó más intenso que de lo normal - ¡Ay lo dañé todo! - ; no, no fue así, simplemente su rostro ya no era el mismo, ya su piel no absorbía el espeso líquido y este se mostraba vívidamente color carne contra el color cetrino de su piel.
Mientras mi mamá sutilmente expandía la base, tomé un pincel y me dispuse a pintar la boca. Suavemente posé las cerdas pigmentadas de rosa sobre su labio inferior. No eran carnosos como en el pasado, como cuando la maquillé aquella vez que se iba de fiesta. No danzaba el pincel. No cedía. Mis trazos debían ser perfectos pues ella no iría a lavarse la cara ante cualquier error. Delineé cuidadosamente los bordes y rellené el interior uniformemente quedando nacarados y brillantes.
Tomé las sombras. Visualicé aquel azul claro, parecido al que usan las muñecas Barbies; muy adecuado para su edad. Así fue. Polvoreé un poco de color lila y jugué con la difuminación tapándole un pequeño morado que tenía aun lado del ojo izquierdo. Tomé el delineador. Con el pulso temblando, logré pasar una fina línea desde el lagrimal del ojo- parpado superior- hasta engrosarla al final, dándole ese toque gatuno que tan bien le quedaba. El rímel- ¡siempre el rímel!- el elemento que menos se utilizar al maquillar; manché un poco el parpado, así que tomé una mota y con una sombra marrón oscuro, difuminé el delineador un poco. Quedó hermosa.
Satisfecha, la miré, no detalladamente, pues no quería saber si su cuerpo mostraba algún otro signo de maltrato. Vi sus pies, esos que se había operado orgullosamente, aquellos pies que vi crecer. Sus manos, con sus uñas arregladas, mantenían la postura con que la sorprendió el destino: sosteniendo el celular. Su cabello, a medio arreglar, con aspecto húmedo, pues estaba lleno de crema para peinar que no logró sacarse en el hotel donde iba a pernoctar.
Su rostro, ya no era aquel que llegó: pálido, desencajado. No había expresión de dolor, no le había dolido el golpe, ni las fracturas; fue confirmado con la autopsia. Sin embargo, antes de maquillarla, la posición de su cuello delataba la fuerza que la había dejado sin vida instantáneamente.
Salí de aquel cuarto lleno de cadáveres, salí descubriendo que era capaz de amar de una forma que no sabía que existía. Comprobé que no importan las creencias que tengas con respecto a la muerte, tampoco importa si te crees capacitada o no para ejecutar una acción; cuando hay amor, no hay prejuicios, límites, barreras que impidan dar lo más bello que pueda irradiar tu alma si un ser amado te necesita, el mundo se abrió ante mis ojos, con un sencillo gesto de amor.
Por amor es posible sacar fuerzas, voluntad, ánimo y hacer lo que creías imposible.
Amigos, ella era Moresby, mi prima hermana, falleció junto con su novio Luis, el 29 de marzo de 2003 a causa de la imprudencia de un conductor. Tenía 23 años.
Conduce tu vehículo desde el amor y muchas cosas maravillosas empezarán a ocurrir.
Se despide,
Mayerling Vera Merlo.
Publicado el 24/02/2013
Twittear
Nací en Caracas.
Me gradué en Publicidad y Mercadeo.
He trabajado en variedad de áreas corporativas.
No he dejado de estudiar.
He tenido la dicha de contar con buenos profesores, amigos, y la mejor familia del mundo, incluyendo a un muy buen esposo.
Actualmente vivo en Margarita como Directora - Fundadora de la ONG "Llamado a la Conciencia Vial".
Cada día, voy creando mi manual de vida .
Cada día es una 1era.vez, así que habrán aciertos y errores, alegrías y tristezas.
Lo que más me emociona de la vida es que no deja de sorprenderme con muchas primeras veces, perpetuando la juventud en el alma.
Mayerling Vera Merlo.