Tamaño de la letra Tamaño de la letra

Mientras todos duermen


La Asunción, 28 de febrero de 2013

Amor mío:

Ven, aprovechemos que los demás ya están dormidos y salgamos al jardín. Dame tu mano. Caminemos de puntillas, tratando de no hacer ruido para no despertar a nadie.  Vamos a convertirnos de nuevo en aquel par de amantes furtivos que desafiaban las prohibiciones ajenas y los miedos personales para encontrarse a como diera lugar. Dejemos que una vez más el silencio y la oscuridad de la noche sin luna sean nuestros cómplices.

Quiero revivir aquellos tiempos cuando éramos un par de adolescentes enamorados y no veíamos el momento en que terminara el día para que nuestros padres se fueran a la cama. Recuerdo que les daba las buenas noches y también me iba a acostar, esperando ansiosa a que me avisaras con tus silbidos cuando ¡por fin! se apagaban las últimas luces del vecindario. Entonces abría la ventana de mi cuarto y, con el mayor de los sigilos, me escabullía e iba hacia ti, corriendo descalza sobre el césped húmedo de rocío.

Tú aguardabas siempre al pie del mismo árbol, en el rincón más apartado del jardín, sin tapias ni cercas, que compartían nuestras casas. ¿Te acuerdas de cómo nos escondíamos, recostándonos en su grueso tronco, ocultando al mismo tiempo nuestro miedo a ser descubiertos? Creo que de no haber tenido ese apoyo o si tú no me hubieses abrazado con la fuerza que lo hacías, las piernas no me habrían sostenido. ¡Sí, tanto así me temblaban! Ahora sabes que no era sólo por la emoción de encontrarnos ni por el perfume tan fuerte que emanaban los jazmines en flor.

Ven, tómame de la mano. Hay veces en que, acostada en mi cama, cierro los ojos para rememorar aquellos primeros besos de amor que nos dimos tú y yo. Me sonrío con el recuerdo de nuestras bocas torpes, que no tenían más que el instinto para guiarlas. Añoro tu lengua serpenteando ávida entre mis dientes o cómo te quejabas cuando mordía tus labios, travesuras de la niña que ya no volvería a ser. De nuevo percibo tus manos heladas, palpándome los senos por encima de la ropa de dormir y tratando de abrir los botones. Me causaba gracia y tanta ternura que nunca lo consiguieras, ni siquiera después de varios intentos; así que te ayudaba a desabotonarlos o, en un arranque de osadía, me arrancaba el camisón.

Entonces me deleitaba poniendo mis manos sobre tus mejillas, para sentirlas ardiendo al verme completamente desnuda ante ti, y luego me apresuraba a desvestirte, a pesar de tus protestas. Pero sabía que reclamabas en vano porque, como comprobaba al tocarte, eso era lo que me estabas pidiendo a gritos. Igual que sucede ahora, cuando te hago esta propuesta. Es innegable, hay cosas que no se pueden ocultar.

¡Cuánto extraño esos toqueteos que poco a poco dejaban de ser inocentes para aventurarse cada vez más allá y comenzar a descubrir las diferencias entre nuestros cuerpos! Inútil decir que de tanto tocarnos, acariciarnos y besarnos nos aprendimos el uno al otro de memoria. No necesitábamos vernos, sólo dejarnos llevar por los caminos que íbamos dibujando con nuestras manos de adolescentes descubriendo el amor por primera vez.

En noches como esas no puedo evitar que me vuelvan a embargar las mismas ganas de estar entre tus brazos, de besar tu boca, de sentir tus manos sobre mi cuerpo. Pero no tengo más que las mías para recordarte y a ellas me entrego, deseándote mientras lo hago. Estoy segura de que en algún momento se me escapa tu nombre. Claro, siempre me aseguro de que él esté profundamente dormido. Dime algo, ¿tú, aunque ella repose a tu lado, también revives esos tiempos? ¿Me llamas silenciosamente en la oscuridad? ¿Aún me deseas con la misma fuerza de entonces?

¡Ven, amor mío, ven! No contestes, ya conozco la respuesta. Sé que es así. Ninguno de los dos puede negarlo. Por eso, esta noche en que el destino ha vuelto a reunirnos, te pido que mientras todos duermen, salgamos al jardín…

Anamar

Publicado el 28/02/2013