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Para Sarah


Caracas, agosto, 2012

Para Sarah:

Regreso de dejarte en el aeropuerto dispuesta a arreglar el desorden de las vacaciones y no puedo contener las ganas de escribirte.

Son tantas las veces que te he despedido como igual son las veces que te he recibido.

No puedo olvidar la primera vez que viniste a pasar las vacaciones con nosotros. Con tu papá y conmigo: la nueva esposa de tu padre. Yo estaba asustada, temerosa de tenerte en casa. No me sentía preparada para manejar tu estadía con nosotros. No sabía cuál sería tu reacción y tampoco la mía. No nos conocíamos, aunque creo que nos habíamos visto alguna vez antes de tu partida. Hacía sólo dos meses que tu papá y yo estábamos viviendo juntos. Me parecía demasiado pronta tu llegada.

Pero ese día lo recuerdo muy bien. Tengo en mi memoria, como si fuese ahorita, el momento en que te vi llegar de la mano de una aeromoza, vestida de rosado, con un sombrerito color crema de ala corta y un chupón en la boca, que alguna se perdió para nuestra  tragedia pues no había en Caracas chupón alguno que pudiese reemplazar al tuyo. Traías, colgando del cuello, una especie de cartel con todos tus datos que vendría a ser parte de tu equipaje de ida y vuelta durante muchos años, a pesar de tu resistencia a cargarlo. Tenías apenas tres años y yo no pude más que enamorarme instantáneamente de ti. Parecías “La muñeca más hermosa…más elegante... y caprichosa, que ha venido de París…”, como dice la canción que tantas veces te canté y creo te gustaba mucho.

Sé que esos primeros días no fueron fáciles para ti. Yo era una intrusa robándote el amor de tu papá y para colmo yo no  hablaba francés ni tú español. Pero como te dije antes, ya me había enamorado de ti y acepté con resignación tu rechazo. No dejabas de tener razón: yo tenía a tu papá todo el año, tú sólo en vacaciones. Supe entonces que lo único que podía hacer era abrir mi corazón y ofrecértelo para que pudieras quererme tanto como intuía iba yo a quererte a ti.

Año tras año viniste. Año tras año partiste. Año tras año nos fuimos conociendo y nos fuimos comprendiendo. Año tras año compartimos un mes de nuestras vidas que recuerdo con nostalgia y alegría.

Yo nunca aprendí francés a pesar de las clases que de pequeña insistías en darme. Esas clases llenas de regaños a causa de mi mala pronunciación. ¿Te acuerdas? Siempre terminábamos muertas de la risa. No, Sarah, no aprendí francés pero sí aprendí a quererte inmensamente.

Tú aprendiste español a la perfección, sin acento. Mis amigas dicen que hablas “igualito” a mí para mi orgullo, pues es en lo único que te pareces a mí. Pero también están esas canciones infantiles nuestras que tanto te canté para dormirte y que sé guardas como un tesoro en tus recuerdos.

Sarah querida, hoy que vuelves a dejar un vacío en esta casa. Hoy que han pasado más de 30 años desde esa primera vez que llegaste de París, quiero que sepas que te amo, que eres parte inseparable de mi vida y que te has apoderado de un pedazo grande  de mi corazón.

Tula

Publicado el 08/02/2013