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Querido Sr. Cartero,


Querido Sr. Cartero:

El día de hoy te escribo una carta para que la tengas finalmente y no la entregues. Es para que la abras, la leas, y la entiendas si quieres. Esta carta no pasará por ese túnel angosto y oscuro, con números y códigos, ni deberá ser sellada por la secretaria de uñas acrílicas o de gel. Esta carta no será para ajenos ni morosos. Esta carta es para ti, Cartero.

Podrás conservarla. Va sin sellos, ni estampas y mucho menos tendrá estampillas. Y es que es para ti, acéptalo, que envías sonrisas, tarifas, tragedias y mentiras; que obedeces a una comunicación casi extinta; que juzgas por la disponibilidad y la ironía, que cambias vidas sin saberlo; que eres víctima de la extorsión sin culpa, del engaño y la traición de amores no correspondidos, de visitas infieles y recuerdos desvalidos. Esta carta es para ti, Cartero, tienes permiso de abrir el sobre y ver qué hay adentro. Espero no tener el desdichado honor de ser quien te escriba la primera. Sin embargo, te la doy por mi molestia, mi consternación. Suficiente daño te ha hecho el monitoreado correo electrificado, los baratos mensajes de texto y el alboroto del Internet que no permite secretos. Te han prevenido de esas chucherías emocionales y de los golosos timbres que se desnudan. Te han maniatado tus aventuras.

¡Hazle saber al mundo que te escribo a ti, con tinta y a puño –y sin equivocarme! Libérate de la responsabilidad, de la culpa, de ser el autor de las facturas perdidas, los estados de cuenta que nunca llegaron, del mal servicio. No eres tú, Sr. Cartero, el resto del mundo te debe disculpas. La gente dejó de escribir cartas por sufrir de sentimientos engarrotados, rastrilladas ganas y un blandengue por conciencia. No fue tu culpa Cartero. No lo fue. Todos olvidaron la seducción de los signos de interrogación, la pasión de una cursiva o la satisfacción de ondear el papel con tinta. Así como hay besos que son comas, hay los que son punto y final, y Cartero; estos se conformaron con cerrar el libro: ¡Kaput! Nadie asumió la responsabilidad de escribirte y hacértelo saber. Lo hago ahora, porque tu labor trasciende tu sueldo, tu paciencia y tu memoria. Trataron de modernizarte, de permitirte usar una moto, un camión, una compañía de logos bicolores y nombres en otros idiomas (hasta un uniforme digno de burlas), pero no funcionó, Sr. Cartero, las cartas no habían sido escritas. Entrega al día siguiente, programación de recolectas, correo diplomático, y nada de lo que se enviaba estaba lleno de amor, escrito a mano o perfumado. Ya las palabras no dolían tanto. Salían de la boca, no de los labios capaces de enamorar. Sistema de tracking, paquetes corporativos, publicidad basura, propaganda política. No había gotas sobre el papel, ni tildes sobre las íes. Hicieron lo que les vino en gana contigo. Como si el autor intelectual de todo esto te odiara. Seguramente le dejaste bajo su puerta la respuesta negativa de una universidad, una multa de tránsito, los papeles del tercer divorcio. Y ahora las palabras ni siquiera salían de las bocas, Cartero, sino de los pulgares adoctrinados.

Te han matado, mensajero, hijo de Hermes, con cada palabra que sale fácil del teclado y difícil del corazón. Te restan importancia porque le restaron importancia a las cartas. La gente no sabe lo sola que está hasta que recibe una. Todos necesitamos alguien que nos escriba, también tú, Cartero. Así que ábrela sin tapujos, cómete las palabras que tanto trasladaste, curiosea las esquinas, desarma el sobre de pegamentos lenguados. Celebra que sin haberte visto jamás, conozco tu horario incapaz de coincidir con mi mirada, admiro tu diligencia sin conocer tu historia y sonrío preocupada cada vez que no tengo correo. A ti, Sr. Cartero, conocedor del gramaje, el color de las nubes y los atajos, esta aventura es para ti. Esta carta es nuestro secreto, así que léela, Cartero. Léela sólo para ti.

Publicado el 28/02/2013