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A la Niña de la Radio


Be,

 

Ni idea como pasó…  Apenas lo estoy creyendo, hoy pellizcado comprendo que todo ha sido real: el beso en el recital, el que tanto esperaba, la luna que se prestaba para declamar mis versos…

El fruto de mis esfuerzos finalmente lo alcancé y es que nunca me cansé de pretender tus afectos,  a pesar de mis defectos, nunca jamás renuncié. Por el contrario, soñé, niña de Ciudad Bolívar, con saborear el almíbar de tu pasión infinita, de tu presencia bendita y tus labios nacarados, dulcitos, azucarados, como cristal de parchita. ¿Qué pasó mi muchachita? ¡Seguro ya tienes pena! Calma, tranquila, serena… ¡Que apenas voy comenzando! ¿No recuerdas que cantando fue que agité la colmena?

A ti, mi flor de azucena, a ti, mi lirio en botón, entregué mi corazón en una copla a capella…   con mi recia cantilena, criolla como llanura,  con matices de dulzura destapé mis sentimientos, y silbé a los cuatro vientos, sin conocerte siquiera: “¡No sabes cuánto quisiera embeberme de tu aliento!”

Siendo un niño de momento, con trece años, me arriesgué y en la radio confesé, sonriente y esponjado, lívido y emocionado, que de ti me enamoré. Lo comprendo, te asusté  — ¡Cualquiera se habría asustado! — . Sólo un loco rematado canta una canción en vivo, con el único objetivo, de declararse “prendado”. ¡Se declaró el invitado! Murmuraron  los presentes…  criticando abiertamente lo atrevido de mi acción. Sopesé la situación y me aplasté en la silleta, delineando tu silueta, aguardando tu reacción: Si, te gustó la canción… pero estabas asustada, mejor dicho, intimidada por el pájaro cantor. Este humilde servidor, convertido en pico e’ plata, había metido pata por dárselas de confiado… Regresé conmocionado hasta mi humilde pueblito, con el ego pequeñito, pues no mordiste el anzuelo… la empalizá, por el suelo, me la tumbaste todita. Hoy mi mente resucita lo triste de aquel momento: el duro padecimiento que cercenaba mi pecho, las canciones de despecho, las “cortavenas del llano”: El Romance del baquiano; Adiós matica de helecho.

Casi termino en el lecho de una muerte apresurada y te confieso, mi amada, que de haber sido mayor, de aguardiente y de licor no hubiera quedado nada. Sin embargo, no vivimos de ensalada, por mucho que así se quiera, por eso es que nadie espera por amor o por romance y menos si está a su alcance, un lomito de primera. Mi amor, mi diva, mi fiera, a ti no voy a mentirte. Tampoco voy a decirte que fui un santo monaguillo. Ni tan ángel ni tan pillo,  era muchacho normal, jodedor, alegre, jovial, — ¡Sólo un buen venezolano! — muy dispuesto a echarle mano a todo lo que caía. Si echa sangre es cacería… así lo afirma el refrán, y no aplica el qué dirán bajo esta filosofía.

Pero, Beba, te quería, aún después de tu rechazo… ¿Era inmune a los flechazos del angelito travieso? Imposible, NADA DE ESO, sin embargo, te esperaba…  algo en mí me anticipaba que llegarías a mis brazos… Me gané unos taconazos, por andar de picaflor, pero nunca sentí amor, ni un afecto verdadero. Todo fue… tan voluble, pasajero, sin penas y sin dolor. — ¡GRACIAS A DIOS!

Me convertí en catador de las bocas más sifrinas, probé: ron pasa y mandarina, mango, níspero y frambuesa; probé banana con fresa y turrón con mantecado… ¡Me tocó una de pescado! Entre jurel y sardina ¿Ya ves? No todo fue golosinas. ¿Ves que sí pasé trabajo? Poco duró el agasajo de mi vida de soltero, recuerdo que fue en febrero cuando supe de tu vida (de nuevo). ¡Mi amor, estabas crecida y de paso eras modelo! ¡Qué cinturita! ¡Qué pelo! La misma carita tierna, y sobre todo: ¡QUÉ PIERNAS! Pasé noches en desvelo. Con las manos toqué el cielo, acaricié el firmamento, no puedo estar más contento de lo que pasó después: caí rendido a tus pies, cuando luego de tres años, dijiste:

— También te extraño… Es que nunca te olvidé.

Tardé un poco, reaccioné, mi corazón se volcaba. Mi mente me transportaba hacia un mundo paralelo, había alcanzado mi anhelo después de tanto esperar.  Por poco y rompo a llorar de puro agradecimiento, dije ADIÓS al sufrimiento, no cabía de la emoción ¿Sabes? No hay trofeo ni galardón que se compare contigo, no hay tortura ni castigo como la idea de perderte, contigo me siento fuerte… eres como mi espinaca, mi estimulante mi flaca, mi adicción sin consecuencias. Amarte no tiene ciencia, es sencillo, natural, por demás elemental como la suma y la resta.

Movida estaba la fiesta. Era marzo, dieciocho. Los músicos, unos gochos, ejecutaban tonadas y una vieja acalorada, con nariz como pinocho, versaba sobre el trasnocho, insomnios y madrugadas. Yo, detractor de cuentos de hadas y de finales felices, me atraganté con perdices cuando dijiste que SÍ. Confieso que no creí, al principio, lo que tus labios decían, pero tus ojos reían entre brillos y destellos. Entonces vino lo bello: el más sutil de los besos,  mesurado, sin excesos, pero a la vez tan profundo.

Te amo, lo sabe el mundo y lo sabe el universo, perdona que escriba en verso, no aguanté la tentación, por lo menos no es canción y ya no estamos en vivo. No temas, no lo sabrá el colectivo sin que sepas primero. Tranquila, que yo me espero…

 

Por ahora me despido, agradeciendo a Cupido, haber nacido en febrero.

 

 

 

Daniel.



Publicado el 18/02/2012
Daniel Centeno
 El muchacho que NO será ingeniero porque decidió ser periodista, quién prefirió una pluma en lugar de calculadora científica. El mismo que viste, calza, baila, ama, escribe, declama y sueña. Escritor sin escuela, poeta por mayoría de votos, deportista no practicante, friki, fanático número 1 de Emma Watson (aunque muchos se revienten), potterhead. Miembro de la Orden del Fénix y el Ejercito de  Dumbledore. Orgulloso defensor del la cultura venezolana, hijo único, amante de las letras, la pizza y la aventura.