Caracas, 14 de febrero de 2011
Querido español:
¿Querido? ¡Qué cínica soy! Considerando la fecha y lo que voy a contarte, sólo a mí se me ocurre empezar soltándote un “querido”, así, de entrada, sin mayor reflexión. Sí te quiero –y con locura–, pero no siempre fue así. Aunque ya llevamos mejor mis aventuras con tus colegas, siento que debo explicarte cómo te metí en esto de las relaciones múltiples. Leerás la carta, está en tu naturaleza. Sí, puede que seas altivo, pasional, imponente, pero nadie administra mejor que tú esos adjetivos, en el fondo, eres más bien modesto, sereno, elegante. Eres perfecto. ¿Por qué tardé tanto en darme cuenta?
Mi madre tuvo algo de culpa. Hace unos años, me dijo: –el español no tiene futuro, búscate otro. ¡Su madre! Justo cuando empezaba a quererte. Te defendí, luego investigué y los números parecían darle la razón. Seguí contigo y decidí probar con otro.
Sí, español, te fui infiel. Créeme que elegir a ese otro con quien serte infiel no fue fácil, tal vez por eso no hubo un otro, sino varios otros. ¡Mi madre! Todo empezó con un inglés simple, algo gris, previsible, que con el tiempo se me hizo interesante, fino, elegante. Me aburrí de él. Siguió un francés que me volvió loca –¡literalmente!–. Era exquisito, correcto, culto y complicadísimo. Adoraba las reglas –las suyas–, pero no paraba de imponer excepciones. Terminé exhausta, tuve que dejarlo. Es adictivo, de los pocos con los que sigo flirteando. ¡Créeme! Apareció el italiano, justo lo que buscaba: un espíritu bohemio, apasionado, dulce. Me hizo feliz, pero su espíritu aventurero terminó por superarme. A mi madre comenzó a incomodarle tanto cambio –a mí, a desesperarme–. Me tachó de promiscua. ¡Promiscua!
No sé por qué me indigna. Lo fui. Al italiano le siguieron encuentros furtivos con un alemán demasiado serio, un portugués bipolar y un ruso. No sé si fue porque se enteró de esos últimos devaneos o porque sus ojos decidieron revelarse a sus maratónicas sesiones de lectura, pero en marzo de 2010 mi madre colapsó. Fue fantástico. Me permitió redescubrirte, me obligó a alejarme de los otros y a concentrarme en ti.
Tenía que pasarse un mes y medio sin leer. Las primeras tardes de tedio debieron haberle estimulado la creatividad, porque se le ocurrió algo tan terapéutico como el reposo visual: –¿por qué no vienes a leerme un libro? No recuerdo el título, quizás no era lo importante, lo importante era la historia –enredadísima–, el ambiente –detalladísimo–, la atmósfera –tan latinoamericana–, los personajes –tan pintorescos–. Lo importante es que con aquella sesión de lectura descubrí que no hay como tú, español, para contar bien una historia enredada, que al inglés le falta ese no sé qué que tienes tú para los detalles, que el francés es muy francés para contarnos un relato latinoamericano y que eres mucho más divertido que el italiano cuando te lo propones. En fin, español, como tú, ninguno.
–Debí haberte apoyado con lo de la filología española. Jamás pensé que ser traductora era tan complicado. ¡Complicadísimo! Si no se está realmente enamorado del idioma propio, se entra en crisis al aprender uno ajeno, en una relación tormentosa múltiple. Al principio todo te parece interesante sobre el nuevo; pronto descubres que no va a ser fácil, pero estás tan ilusionado que sigues hasta que logras comprenderlo; luego la cuestión se torna densa, compleja, pero ya te atrapó. ¡Y tú a él! ¿Cómo resistirse? El nuevo es el que te acerca a lo exótico, te vuelve un privilegiado. Hora de traducir, de las comparaciones. Empiezas a encontrarle miles de defectos al de toda la vida, casi siempre gana el nuevo, por nuevo, por nada más, pero de eso no te das cuenta hasta que algo te hace ver que hay uno que espera que notes que los demás sólo están de paso y que sólo ese te eligió a ti, sin siquiera conocerte, para acompañarte toda la vida. Ese eres tú: mi español.
Tras mes y medio de iberoamericanos, el 23 de abril de 2010, terminamos las sesiones con algo distinto: la prensa. ¡Día del idioma español! Lo mejor fue leer las cifras. Seguirán mejorando, como lo hizo mi relación contigo, ya sabes que eres único, que estaremos juntos toda la vida, que con los otros sólo flirteo de vez en cuando, pero que como tú, ninguno.
Con amor,
Tu traductora
Querido español:
¿Querido? ¡Qué cínica soy! Considerando la fecha y lo que voy a contarte, sólo a mí se me ocurre empezar soltándote un “querido”, así, de entrada, sin mayor reflexión. Sí te quiero –y con locura–, pero no siempre fue así. Aunque ya llevamos mejor mis aventuras con tus colegas, siento que debo explicarte cómo te metí en esto de las relaciones múltiples. Leerás la carta, está en tu naturaleza. Sí, puede que seas altivo, pasional, imponente, pero nadie administra mejor que tú esos adjetivos, en el fondo, eres más bien modesto, sereno, elegante. Eres perfecto. ¿Por qué tardé tanto en darme cuenta?
Mi madre tuvo algo de culpa. Hace unos años, me dijo: –el español no tiene futuro, búscate otro. ¡Su madre! Justo cuando empezaba a quererte. Te defendí, luego investigué y los números parecían darle la razón. Seguí contigo y decidí probar con otro.
Sí, español, te fui infiel. Créeme que elegir a ese otro con quien serte infiel no fue fácil, tal vez por eso no hubo un otro, sino varios otros. ¡Mi madre! Todo empezó con un inglés simple, algo gris, previsible, que con el tiempo se me hizo interesante, fino, elegante. Me aburrí de él. Siguió un francés que me volvió loca –¡literalmente!–. Era exquisito, correcto, culto y complicadísimo. Adoraba las reglas –las suyas–, pero no paraba de imponer excepciones. Terminé exhausta, tuve que dejarlo. Es adictivo, de los pocos con los que sigo flirteando. ¡Créeme! Apareció el italiano, justo lo que buscaba: un espíritu bohemio, apasionado, dulce. Me hizo feliz, pero su espíritu aventurero terminó por superarme. A mi madre comenzó a incomodarle tanto cambio –a mí, a desesperarme–. Me tachó de promiscua. ¡Promiscua!
No sé por qué me indigna. Lo fui. Al italiano le siguieron encuentros furtivos con un alemán demasiado serio, un portugués bipolar y un ruso. No sé si fue porque se enteró de esos últimos devaneos o porque sus ojos decidieron revelarse a sus maratónicas sesiones de lectura, pero en marzo de 2010 mi madre colapsó. Fue fantástico. Me permitió redescubrirte, me obligó a alejarme de los otros y a concentrarme en ti.
Tenía que pasarse un mes y medio sin leer. Las primeras tardes de tedio debieron haberle estimulado la creatividad, porque se le ocurrió algo tan terapéutico como el reposo visual: –¿por qué no vienes a leerme un libro? No recuerdo el título, quizás no era lo importante, lo importante era la historia –enredadísima–, el ambiente –detalladísimo–, la atmósfera –tan latinoamericana–, los personajes –tan pintorescos–. Lo importante es que con aquella sesión de lectura descubrí que no hay como tú, español, para contar bien una historia enredada, que al inglés le falta ese no sé qué que tienes tú para los detalles, que el francés es muy francés para contarnos un relato latinoamericano y que eres mucho más divertido que el italiano cuando te lo propones. En fin, español, como tú, ninguno.
–Debí haberte apoyado con lo de la filología española. Jamás pensé que ser traductora era tan complicado. ¡Complicadísimo! Si no se está realmente enamorado del idioma propio, se entra en crisis al aprender uno ajeno, en una relación tormentosa múltiple. Al principio todo te parece interesante sobre el nuevo; pronto descubres que no va a ser fácil, pero estás tan ilusionado que sigues hasta que logras comprenderlo; luego la cuestión se torna densa, compleja, pero ya te atrapó. ¡Y tú a él! ¿Cómo resistirse? El nuevo es el que te acerca a lo exótico, te vuelve un privilegiado. Hora de traducir, de las comparaciones. Empiezas a encontrarle miles de defectos al de toda la vida, casi siempre gana el nuevo, por nuevo, por nada más, pero de eso no te das cuenta hasta que algo te hace ver que hay uno que espera que notes que los demás sólo están de paso y que sólo ese te eligió a ti, sin siquiera conocerte, para acompañarte toda la vida. Ese eres tú: mi español.
Tras mes y medio de iberoamericanos, el 23 de abril de 2010, terminamos las sesiones con algo distinto: la prensa. ¡Día del idioma español! Lo mejor fue leer las cifras. Seguirán mejorando, como lo hizo mi relación contigo, ya sabes que eres único, que estaremos juntos toda la vida, que con los otros sólo flirteo de vez en cuando, pero que como tú, ninguno.
Con amor,
Tu traductora
Publicado el 22/03/2011
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Licenciada en Traducción, egresada de la Universidad Central de Venezuela. Mediadora de culturas, especialista de la lengua, exégeta, llámeme como quiera, lo cierto es que me encargo de ponerle en su idioma ese libro de física cuántica complicadísimo. Apasionada de las letras y del fútbol y, sobre todo, muy amiga de mis amigos.