Cuando cierro los ojos y busco en mi memoria la primera imagen que tengo de ti, se dibuja en mi mente tu sonrisa blanquísima y perfecta. Te me quedaste sonriendo en el corazón desde la primera vez que te vi, incluso cuando no sabía que iba amarte, incluso cuando nos contábamos sobre antiguos romances fallidos -amores frustrados, amantes falsos- y yo no sospechaba que serías para mí una dosis intravenosa de aventura y que mi mente y mi cuerpo te recibirían con los brazos abiertos.Esa sonrisa fue tu pasaporte a mi país.
Siempre me ha maravillado cómo pareces no tener edad: Cuando haces café y acaricias la cafetera te muestras viejo y sabio, y al tomar el primer sorbo parecieras conocer todos los secretos del mundo. A veces pareces un niño –cuando cuentas historias de ratones que se comen a la luna, cuando juegas a matar extraterrestres y zombies, cuando te sorprendes con sabores y mezclas-. Y a veces pareces un hombre de este tiempo, y los envuelves a todos con tu verbo encantador, haciendo que bailen a tu alrededor como el flautista de Hamelín. Esa cualidad atemporal me atrajo a ti como un planeta a su luna. Ese no tener edad, te hizo un libro de ciencia ficción y misterio. Un libro que me apresuré a abrir, con ganas de leer sin pausa y sin miedo.
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El tiempo ha pasado desde tu primera sonrisa. Ya no somos dos, somos cuatro. Ahora nos cuesta ver una película a solas, o quedarnos echados un domingo cualquiera viendo el Ávila, tertuliando, tú leyendo el tarot y yo sintiéndome etérea. Entre pañales y llantos, entre meriendas y cuentos, transcurre nuestra vida de padres: una bendición que a cambio nos convirtió el sueño en un animal en extinción, un artículo de lujo, un motivo de suspenso.
Estos años han sido ciertamente una montaña rusa, Amormío. Tienes razón cuando una vez lo afirmaste. Emoción de estar juntos, de conocernos, alegrías inmensas con los nacimientos, dolores demasiado grandes con la pérdida y a veces un vacío, un silencio entre nosotros. A ratos nuestra relación se volvió parca, breve. A ratos se nos quedó grande la casa. A ratos, te extrañé aun teniéndote a mi lado y esperé con angustia, bajo la colcha, que tú también me extrañaras cuando te dabas la vuelta en tu lado de la cama.
Mi cordura funciona como un reloj de arena cuando nos distancia ese silencio. En mi interior las esperanzas se deslizan de a poco -pero inexorablemente- por el embudo que construyen mis angustias, y en su lugar el espacio se llena de tristeza. De alguna manera, la tristeza es la otra cara del amor. Es la cara del amor perdido o del que no se quiere perder.
Yo sé que tú me amas. Me lo dice el desayuno que preparas los sábados por la mañana, me lo dice la forma en la que se me debilitan las piernas y se me alborota el deseo cuando me llamas “Flaca”. Me lo dicen muchas pequeñas cosas… menos tu boca. Y ¡De tu boca lo quiero todo! De tu boca quiero los “te amos” y quiero besos largos y tan variados como los bombones de chocolate que se regalan los enamorados. De tu boca quiero la poesía de Ilurio Crilerión y esos poemas que me escribiste alguna vez, que atesoro en mis pensamientos como atesora un niño su juguete más especial, como atesora un adolescente su primer encuentro furtivo.
De tu boca ansío que siempre me seduzca con historias, que vuelva a proponerme aventuras y me redescubras, y que te sientas tan pleno que ella no tema pronunciarlo.
Porque tras esta convivencia nuestra, en todo lo que hacemos, cuando lavo los platos, cuando vemos la tele, cuando estamos molestos, la verdad absoluta es que quiero tu piel, tu boca y tu verbo con una necesidad que nunca muere. Mis ganas de ti son como mis ganas por el Fondant de chocolate, como mis ganas por la música, como mis ganas por la luz del sol cuando se va poniendo y acaricia. Mis ganas de ti son como mis ganas por la vida.
Y en esta hora de insomnio quiero decirte que en este caminar nuestro tomados de la mano, la película que rueda en mi mente al cerrar los ojos sigue mostrando fotogramas de tu sonrisa; el soundtrack sigue siendo tu voz de brisa cálida, los créditos están escritos con tus pecas y lunares sobre tu piel de leche. Años después de aquella primera sonrisa, el pasaporte te sigue funcionando, la historia sigue teniéndonos de protagonistas.