Hoy, te escribo:
Desde el principio, te he escuchado con temor utilizar el verbo “amar”. Temor a que tanto valerte de él, se fuera gastado, así, sin aspavientos, como uno se va poniendo viejo.
Que un día, sin sorpresa, descubrieras que son solo 4 letras y ya no pudieras ordenarlas de forma que tuvieran sentido.
Dentro de la muralla construida a mi alrededor, tan invencible cómo es posible, tan alta tan reforzada como mis años, sin canas, mis fantasmas y mis escepticismos, las palabras eran sólo eso. Al final del día, un murmullo lejano, enmarañado y sin recuerdo ni historia. Pero porque hay palabras que están fuera del alcance de lo pagado, son sacras. Son las que menos deben ser pronunciadas. Amar, amor, amote… porque si se gasta el sentir pero nunca tuvo nombre o adjetivo, el verbo continua incorrupto, intocado, inalcanzable.
Y, sin embargo, me descubro pronunciándolas, diciéndotelas. Y es que, poco a poco, sin apuros, has ido filtrándote. No ha habido atentados contra mi muralla, ninguna osada pretensión de invadirla. Simplemente un imperceptible, lento y clandestino camino a través de bosques y piedras solidificados, encontrando las vetas serpenteadas de algún material aún permeable, hacia mi yo.
Ante mi propia permisibilidad al avance de tus fluidos, me he atrevido a pronunciarlas, pero allá dentro, en tu mundo de ecos. Para que me escuches día y noche. Las he pronunciado con ojos, manos, piernas, sexo, piel. Las de pronunciado en silencio, gemidos o truenos. Por eso tus ojos están llenos de estremecimiento.
Y aprendí de ti, de tus maneras, de tus vuelos de pájaro loco en las noches de luna llena, vuelos rasantes, temerarios, antes los cuales se baja las guardia pues se intuye el control absoluto y el riesgo calculado. Y de esa misma forma las he pronunciado. Como un lienzo de noche, que día a día se va viendo pellizcado por una nueva estrella, inconfundible, identificable, memorable. Y en el proceso, tus gotas han arrastrado partículas alcalinas de mi coraza, como mis cabellos se han enredado en tus barbas. Y has penetrado en mis noches adornadas con guirnaldas hechas de libros, telas de araña que han pescado tus sueños. Fuerza osmótica, causa o consecuencia, ya no reconozco mi material original. Y en el lienzo, ya cuajado de estrella y en tus palabras, que ya son ecos de las mías y las mías de las tuyas, reconozco un amor que de tanto nombrarlo se ha crecido. Reconozco mi tonada en ti. Y el sentido del verbo se va definiendo en detalles impecables surgidos de la maestría de tu ingenio y de habilidad para aprenderte.
Cuidas de mis ojos con celo, evitas que ellos vean las miserias que a los tuyos les toca ver. Y yo, trato que en los míos queden plasmadas las maravillas que acarician para que más tarde, solo con mirarte, las imágenes pasen a formar parte de tu propia memoria.
Hemos creado un ser de apariencia monstruosa, Bicéfalo, antropomorfo, bisexual. En él viven y se desarrollan dos personalidades. Lo hacen en armonía, con respeto, reconociéndose como miembros de una sola identidad. Virtuales, defectos, debilidades, fortalezas, capacidades y limitaciones van creando un tintineo musical de cristales rotos en su andar.
Y a veces se puede escuchar el ruido sordo de algún engranaje embestido por voluntades que alguien olvidó lubricar. Monstruo erótico. Monstruo atemporal. Procreado por nosotros dos, que hemos amado.
Es obra nuestra, único, irrepetible…omnipresente.
Hoy, te amo.
Desde el principio, te he escuchado con temor utilizar el verbo “amar”. Temor a que tanto valerte de él, se fuera gastado, así, sin aspavientos, como uno se va poniendo viejo.
Que un día, sin sorpresa, descubrieras que son solo 4 letras y ya no pudieras ordenarlas de forma que tuvieran sentido.
Dentro de la muralla construida a mi alrededor, tan invencible cómo es posible, tan alta tan reforzada como mis años, sin canas, mis fantasmas y mis escepticismos, las palabras eran sólo eso. Al final del día, un murmullo lejano, enmarañado y sin recuerdo ni historia. Pero porque hay palabras que están fuera del alcance de lo pagado, son sacras. Son las que menos deben ser pronunciadas. Amar, amor, amote… porque si se gasta el sentir pero nunca tuvo nombre o adjetivo, el verbo continua incorrupto, intocado, inalcanzable.
Y, sin embargo, me descubro pronunciándolas, diciéndotelas. Y es que, poco a poco, sin apuros, has ido filtrándote. No ha habido atentados contra mi muralla, ninguna osada pretensión de invadirla. Simplemente un imperceptible, lento y clandestino camino a través de bosques y piedras solidificados, encontrando las vetas serpenteadas de algún material aún permeable, hacia mi yo.
Ante mi propia permisibilidad al avance de tus fluidos, me he atrevido a pronunciarlas, pero allá dentro, en tu mundo de ecos. Para que me escuches día y noche. Las he pronunciado con ojos, manos, piernas, sexo, piel. Las de pronunciado en silencio, gemidos o truenos. Por eso tus ojos están llenos de estremecimiento.
Y aprendí de ti, de tus maneras, de tus vuelos de pájaro loco en las noches de luna llena, vuelos rasantes, temerarios, antes los cuales se baja las guardia pues se intuye el control absoluto y el riesgo calculado. Y de esa misma forma las he pronunciado. Como un lienzo de noche, que día a día se va viendo pellizcado por una nueva estrella, inconfundible, identificable, memorable. Y en el proceso, tus gotas han arrastrado partículas alcalinas de mi coraza, como mis cabellos se han enredado en tus barbas. Y has penetrado en mis noches adornadas con guirnaldas hechas de libros, telas de araña que han pescado tus sueños. Fuerza osmótica, causa o consecuencia, ya no reconozco mi material original. Y en el lienzo, ya cuajado de estrella y en tus palabras, que ya son ecos de las mías y las mías de las tuyas, reconozco un amor que de tanto nombrarlo se ha crecido. Reconozco mi tonada en ti. Y el sentido del verbo se va definiendo en detalles impecables surgidos de la maestría de tu ingenio y de habilidad para aprenderte.
Cuidas de mis ojos con celo, evitas que ellos vean las miserias que a los tuyos les toca ver. Y yo, trato que en los míos queden plasmadas las maravillas que acarician para que más tarde, solo con mirarte, las imágenes pasen a formar parte de tu propia memoria.
Hemos creado un ser de apariencia monstruosa, Bicéfalo, antropomorfo, bisexual. En él viven y se desarrollan dos personalidades. Lo hacen en armonía, con respeto, reconociéndose como miembros de una sola identidad. Virtuales, defectos, debilidades, fortalezas, capacidades y limitaciones van creando un tintineo musical de cristales rotos en su andar.
Y a veces se puede escuchar el ruido sordo de algún engranaje embestido por voluntades que alguien olvidó lubricar. Monstruo erótico. Monstruo atemporal. Procreado por nosotros dos, que hemos amado.
Es obra nuestra, único, irrepetible…omnipresente.
Hoy, te amo.
Publicado el 07/02/2005
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