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Mi muy amado, señor Bond


Mi muy amado, señor Bond:

Espero no tome esta carta como un atrevimiento de mi parte, pero después de tanto tiempo de compartir vida en común, necesito expresarle con libertad  los sentimientos que albergo en mi corazón.

Señor Bond, los rasgos delicados y finos de su impoluta figura, luciendo con elegancia ese prístino traje blanco que eternamente lo acompaña, han hecho mella en mí. Desde aquel día en que estuvimos juntos, me ha sido imposible dejar de añorarlo. Mi pensamiento, mis partes todas, se han trasformado involuntariamente en esclava de tu textura.

La suavidad y blancura de su tez, no sólo me han deslumbrado, han permitido sin poder y sin querer evitarlo, despertar clandestinas pasiones hasta ahora desconocidas por mí. Sin embargo, de alguna forma, y esto debo confesarlo, a la hora de expresar mis sentimientos, su presencia me intimida.

Ese espacio vacío que descubrí en usted, ávido de ser llenado, me atrae y al mismo tiempo me amedrenta. Pero no se inhiba, mi muy señor mío, ante estas palabras escritas, ya que las empleo como aliadas. Herramientas serviles que me dan valor para implorar de nuevo un acercamiento más íntimo. Por ello, y este es el objetivo principal de esta misiva, deseo que otra vez me invite a transitar sobre usted. Le aseguro que no se arrepentirá si de nuevo me permite que suave y delicadamente, lo recorra con la parte más sensible de mí ser. Déjame hacerlo de un extremo a otro y le juro que lo dejaré marcado eternamente.

Sólo imaginar que pronto descubrirá en mis palabras esa musa divina que usted me inspira, me hace, aunque usted no lo crea, ser retraída a la hora de expresarle mis propios sentimientos. Sí. Propios dije, y no por equivocación, porque fíjese señor Bond, que irónico puede ser mi destino: yo noble, de sangre azul, enamorada en silencio toda la vida de usted y sin embargo, he sido utilizada por muchas manos como instrumento para enviar mensajes a otros enamorados, personas por las cuales no siento nada. Desconocidos a quienes me he visto obligada a escribir frases dulces, falsas o sinceras, que lamentablemente no han sido para usted. Quizás el amor sea eso, un límite indescifrable entre la verdad y la mentira, porque a veces el amor, y no lo digo por pesimismo sino por experiencias ajenas, engaña.

Perdóneme mis miedos y mi incredulidad, pero es que he visto tantas cosas en mi vida….tantas…

Qué triste y ambigua es mi situación, señor Bond; por un lado, siempre presta a darle forma a los alocados pensamientos de los enamorados, dejándome llevar por ellos, por sus instintos, cual pluma a merced del viento y por otro, reprimiendo mis más profundos sentimientos.

A veces, como el amor, mi destino es incierto.

Frecuentemente transito por innumerables caminos cortados por puntos y señales que marcan pequeñas pausas que logran que mis encomiendas tengas sentido. Otras, paso largas hora acostada, preservando mi belleza, descansando mi frágil, delicada y elegante figura, ávida de escapar de un lujoso ataúd al que he sido condenada. ¿Y todo para qué? Para que los ojos lujuriosos hablen de mí  perfección, de un noble y ancestral origen que solo adquiere sentido si algún enamorado solicita mi ayuda… a veces, me siento como un objeto idolatrado por una extraña secta.

Pero, ¿de qué vale ser egocéntrica? Saberme bella y perfecta me hace conciente de mi mortalidad,  de mis limitaciones cuando exhausta me acabo por dentro… lo único que realmente deseo, y es esa la razón por la que existo, es tal como ahora lo he hecho, expresa mis sentimientos al amor de mi vida, al complemento de mi potencialidad. Usted es la justificación de mi existir: Sí ¡Señor Bond! Literalmente mi vida no tiene sentido si su esencia no se la juega conmigo.

Mi fantasía en este momento, es que una brisa, alcahueta y caprichosa, lo eleve de su absurdo lecho, y como el príncipe de la Cenicienta, se acerque, para de esta forma sentirlo junto a mi ataúd de seda.

Quiero que duerma conmigo aún en  contra de su voluntad, porque sobre usted, escribiré   una historia que le dejará huella indeleble.

Tome fuerza de su inmensa sensibilidad, destape sin piedad mi frío y delgado rostro. Béseme hasta donde termina mi ser…y extasiada, llévame al balsámico bosque de pino de tus ancestros, mientras mis lágrimas azules manchan de placer su blanquísimo traje.

Aquí estoy, esperando, triste pero esperanzada, como las mujeres bellas que envejecen con la angustia de no haber conocido el amor carnal.

Señor Bond, acérquese…No sea tímido…Ardo en deseo.

Quiero que mi estilizado rostro de oro bañe con besos su amplio y limpio cuerpo, a veces cubierto por un fino traje de hilo.

Fíjese, mientras escribo esta carta, me he comenzado a sentir valiente, y siento que debo hablarle con la verdad y sin eufemismo.

Usted no lo sabe, pero su vida también depende de la mía.

Nuestro inefable destino es ser amantes. Para que mientras nuestro placer llegue al éxtasis orgásmico, manos y ojos humanos, ajenos a nuestra historia, escriban, rían y lloren a causa de nuestra prefecta unión.

Qué triste puede ser el destino de un solitario pliego de papel Bond, que no ha tenido el placer de sentir delicados pero apasionados trazos de una dama como yo.

Sin más, escribiendo para mí sobre usted por primera vez, con el más grande amor gráfico, se despide,

Quien lo ama: Madame Montblanc

Publicado el 09/02/2005
Claudio Nazoa
Claudio Nazoa es hombre, comediante y cocinero. Ha publicado varios libros de humor y de cocina. Así mismo, es articulista del diario “El Nacional”, pero lo más importante de Claudio Nazoa, es lo que quisiera ser.