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Carta de amor a mí mismo


Carta de amor a mí mismo.

Esta carta de amor va dirigida al sitio donde el amor comienza. Unas frases que vuelven al propio pecho pueden sonar extrañas a un corazón cerrado. ¡Qué poco saben los que no han llorado!  Pero en ese caso, todos sabemos un poco… así que esta  carta ¡también es para ti!

Palpita, corazón, y vierte lo que sabes para ganarte a todo aquel que sepa mirarse en tu rubor, sentir lo que has sentido y entender lo que has vivido. Porque este es un resumen de mi historia que, como la de toda vida, es una historia de amor: conocí a un joven que por derecho pertenece al mundo de los dioses. Su plenitud poseía la belleza justa, la ceguera indiferencias y las exigencias precisas para ocupar el lugar de un Dios. Hice de él un ídolo, a falta alguien mejor que, como piedra angular, sostuviera mi universo de carencias, fantasías y deseos.

Ignore sus realidades, mientras  borraba nuestras discrepancias con la esponja del idealismo y el agua del perdón. Durante una eternidad- otra mas – busque en vano su corazón, para calvarle la estaca de mi amor implorante, y evitar que el divino vampiro tornara a levantarse una y otra vez, para chuparme el porvenir.

Su indiferencia fue tuerta, al ver solo el lado de su conveniencia; mi amor ciego, al no reconocerse en el objeto de su afán. Carentes de visión total ambos tropezamos y caímos en la fosa de la nada. Hace seis meses, hace seis vidas, se fue con otro más provisto de recursos para detener el tiempo y evadir el dolor.

Y con é, se fue también mi juventud.

Para un amor ido solo veía un antídoto: todo el resto del mundo que a él se opone……

Y que no vale tanto como él.

Desde entonces el mundo cae del lado de la noche, y  con el día acaba otro infierno. Es más fácil huir de la solidad entre las sombras nocturnas, fingir alegría o aullar de autocompasión, con los otros hijos de la luna. Conozco sus cubiles llenos de humo,  de música y escapes, donde la cópula de los cuerpos solos envilece, pero también distrae en la búsqueda incesante del amor. Y entretanto tú latías, corazón mío, latías con un ritmo que retumbaba en el vacío.  Hoy late pero tu latido es más puro y pleno, porque ya no te lastiman las defensas propias y ajenas, y tu fortaleza deriva de tu misma apertura,  de tu propia indefensión.

El amor que nace de la necesidad y se alimenta de ella, es un castigo. Y crea soledad en un mundo más y más poblado, donde la gente forma multitudes de solitarios que buscan ser dos  y luego uno, fracasado en el intento, mientras la vida fluye en un  horro de día perdido, como granos de arena dispersados por el viento de la ilusión.

Yo he vivido así. Pero hoy, agotado, con las manos cansadas de apretar el vacio, dejo de lado la terquedad infantil, dejo de resistirme a lo que ES, y con los restos de mi inocencia busco refugio en mi propio corazón y la digo con alivio: “estoy cansado. Anduve toda esta larga jornada de mi vida para escapar de ti. En tu lugar amé sustitutos, levante ídolos y los adore, ofrendándoles mi dignidad y mi libertad, postrándome ante su vacio, idéntico al mío y por él colmado. Cegado por tu luz extraña, distinta a todas las que he visto, dejo de recordar que siempre he tratado de olvidarte. Ya no tengo ganas ni fuerzas de amar a otro, no tengo hambre, prefiero dirigir mi vida esta noche, mientras las ratas humanas  roen en los bares de los restos de otro día muerto”.

Así hablé a mi corazón, empujando sus puertas con decisión, guiado por mi primera memoria, entrando en esa caverna horadada en lo más profundo de mi ser, dispuesto a perderme en ella. Y siguiendo sus vericuetos llegué a un lugar sagrado y quieto, habitado por un lecho que invitaba al reposo. Y sobre el lecho encerrado en el centro de mi pecho, pude ver el amor, también llamado Dios, velando mi sueño de vida……

Y lo vi levantarse del lecho divino donde una vez fuimos uno, y que yo abandone arrastrado por mis ansias de dormir arropado por otras sabanas creadas por mi mente, tejida por mis manos, caldeadas por un cuerpo humano. Se me acercó llenando de amor incondicional mi vacío, sonriéndome con mi sonrisa, mirándome con mis ojos, rodeándome con mis brazos, acompasado su corazón con el mío, revelándose como aquel que tanto había buscado. Y comprendí que no abrevio la noche oscura de mi alma porque el amor nunca obliga, el amor simplemente, ES. Comprendí que en búsqueda no amé realmente a nadie, porque no me amaba a mí mismo y, ¿Quién puede dar lo que no tiene? Y desde mi amor nuevo me sentí amando a toda persona, a toda agua, a toda montaña, a toda brizna de hierba, a toda estrella, a todas las manifestaciones  de la vida Una.

Y comprendí también que el amor solo puede conocerse a sí mismo a través de la experiencia del no amor, y que por eso la felicidad descansa sobre los cimientos del dolor. Cierto que ha sufrido, pero ahora puedo construir a ambos  lados de mi mismo, dentro y fuera de mí y del  otro, integrando todo en un canto de amor único, eterno e irrepetible: mi propio canto, como flauta en la que el amor silba armonías a través de los agujeros de mi vida. Y ahora comprendo que todo ha sido como debía ser. ¡Que ya todo está bien!

Gustavo L. Martínez

Publicado el 11/02/2005
Gustavo L. Martínez
Ingeniero Mecánico de la Universidad Simón Bolívar, artista UNICEF desde 1995, diseñando tarjetas navideñas; trabajando en la defensa de los verdaderos valores humanos: la unión familiar, la amistad, el amor, la expansión constante por los propios límites, y la necesidad de la comunicación autentica como una forma de conocer y honrar al otro y a uno mismo.