Mara:
¿Qué lugar de la ciudad estará ocupado tu cuerpo en este instante?
Me pregunto sobre el margen de una hoja de periódico, donde mi caligrafía sueña adivinar ese curioso mecanismo del universo que le otorga a la ciudad un absurdo olor a tu piel, como si la punta de mi nariz retozara despacio sobre el borde de tu hombro semejante a la espuma blanca que inspira la desnudez del Ávila, y me mareo…
…. Me mareo con la certeza de que representas la pausa que permite que ocurra el crepúsculo….
…. Que ocurra comparable a una mancha de pintura de labios tatuada sobre el borde de esta taza con residuos de café negro; delgado territorio de cerámica donde insisto en inventar la figura de tus labios, indelebles, provocando una ligera caricia de aire que rueda sobre la piel como risa, como una forma de tacto que me suspende en el aire; ofreciéndome, una fiesta de guacamayas que revolotea el tráfico de la autopista como si ejerciera un beso repetido sobre el Jardín Botánico. Un beso que dibuja secretamente en su trayectoria, la curvatura de su cuerpo hecho paisaje, una impresión urbana donde se me escapan de la boca, las palabras pronunciadas en la entrevista periodística por el filosofo apureño José Manuel Briceño: “El hombre debe dejar su mete libre para comprender el alma del mundo”. Y me vuelvo espacio. Un viaje posible que se enreda en tus cabellos.
Soy sinónimo de tu piel, fluidez y rozamiento, escalofrió que te besa, dedo lento que se detiene en el andén de tu cintura, ecuador de la existencia, epicentro de la sensibilidad, allí…. Allí en la infinita redondez de tu obligo:
Rinconcito de planeta donde conservo como licores de canela, todos los crepúsculos de caracas.
Juan