Alejandro, te escribo esta carta porque no me atrevo a mirarte a los ojos para decirte lo que necesito… Sabes que no soy muy valiente a la hora de dar la cara. Si es que aún me recuerdas. Yo creo que sí; las tardes en el columpio, meciéndonos sobre los mangos caídos. Siempre comíamos alguno: tú los más maduros. Las horas sentado junto al lago, escuchando el sonido del agua al caer las piedritas que lanzábamos, y a veces nos acostábamos en la grama a ver la nueva historia que nos contaban las nubes. Nunca olvidaré la del Dragón con cola de tigre. Las cenas en tu casa, tu mamá siempre cocinaba arepas y a mí me encantaba; tú te quejabas, no te gustaban gruesas y le sacabas la masa de adentro…. Las escapadas de clase en el liceo para ir a la playa o a caminar por ahí. Nos gustaba dar paseos largos sin rumbo. Y luego, inesperadamente tus padres decidieron marcharse, cruzar el océano y abrir así un abismo entre nosotros. Recuerdo que el día de tu partida llevabas la franela roja con azul que te pinté. Tu mirada me desgarró el alma; albergaba la esperanza de que nos escribiéramos. Pero los dos sabíamos que no haríamos eso. No mantendríamos una relación de esa manera, hablándonos en cartas como si no hubiese cambiado nada, cuando todo había de ser diferente…
Era inútil intentarlo, aunque quise ardientemente hacerlo. Más de una vez me senté frente a un papel con un lápiz en la mano, pero no me salían las palabras. Sólo lágrimas, y el dolor endurecido en el pecho se hacía más pesado.
Tantos años viviendo en una suerte de broma melancólica indisoluble, con el alma mutilada y sucia por la espera de una decisión, de una certeza en medio de las confusiones que me dejó tu ida.
Entonces, luego de todo este tiempo te vuelvo a ver y de nuevo se me desgarra la vida. Reconocí tu mirada soñolienta y nostálgica, como aquella que me miraba junto al lago, como la que miré el día de tu partida. No supe que hacer. Se avivó un zumbido punzante escondido en mi pecho y con él aparecieron los recuerdos tan dolorosamente silenciados.
Verte sería ser polvillo los recuerdos, las historias de las nubes, las manos llenas de mango, las caminatas sin rumbo. Y no quiero eso. Tienen que quedarse en su pura morada, conservando su magia, para que susurren la inocencia de esta historia.
Sólo necesito decirte que el amor no entiende de tiempo. Sólo nos invade. Lo padecemos sin tregua. Las circunstancias cambian, pero el amor sigue ahí, latente. En mí, late con fuerza y con dolor.
Tras estas palabras hay muchas otras, que se mantienen calladas por temor a causarte daño.
Esta es la carta que necesitaba escribirte, que he querido escribirte todo este tiempo y no había podido. Tu aparición inesperadaza la desató; la fuerza del destino lo decidió, al fin.
Quizá no sea esta exactamente la carta que he deseado enviarte, pero te la escribo con la misma fuerza de años atrás, cuando te marchaste y deseabas que te escribiera.
Tu mirada de sueño me acompaña……..
Eliana Jannece Civile
Era inútil intentarlo, aunque quise ardientemente hacerlo. Más de una vez me senté frente a un papel con un lápiz en la mano, pero no me salían las palabras. Sólo lágrimas, y el dolor endurecido en el pecho se hacía más pesado.
Tantos años viviendo en una suerte de broma melancólica indisoluble, con el alma mutilada y sucia por la espera de una decisión, de una certeza en medio de las confusiones que me dejó tu ida.
Entonces, luego de todo este tiempo te vuelvo a ver y de nuevo se me desgarra la vida. Reconocí tu mirada soñolienta y nostálgica, como aquella que me miraba junto al lago, como la que miré el día de tu partida. No supe que hacer. Se avivó un zumbido punzante escondido en mi pecho y con él aparecieron los recuerdos tan dolorosamente silenciados.
Verte sería ser polvillo los recuerdos, las historias de las nubes, las manos llenas de mango, las caminatas sin rumbo. Y no quiero eso. Tienen que quedarse en su pura morada, conservando su magia, para que susurren la inocencia de esta historia.
Sólo necesito decirte que el amor no entiende de tiempo. Sólo nos invade. Lo padecemos sin tregua. Las circunstancias cambian, pero el amor sigue ahí, latente. En mí, late con fuerza y con dolor.
Tras estas palabras hay muchas otras, que se mantienen calladas por temor a causarte daño.
Esta es la carta que necesitaba escribirte, que he querido escribirte todo este tiempo y no había podido. Tu aparición inesperadaza la desató; la fuerza del destino lo decidió, al fin.
Quizá no sea esta exactamente la carta que he deseado enviarte, pero te la escribo con la misma fuerza de años atrás, cuando te marchaste y deseabas que te escribiera.
Tu mirada de sueño me acompaña……..
Eliana Jannece Civile
Publicado el 14/02/2005
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Cumanesa de 18 años, actualmente cursa el cuarto semestre de la Escuela de Artes de la Facultad de Humanidades y Educación en la Universidad Central de Venezuela.