Hijitos míos:
Esta carta redime un malentendido. Hoy puedo escribirla, menos trastornada, sobreviviente a estas dos semanas terribles transcurridas luego de la rabieta de su padre, quien al marcharse, se llevó su furia y a ustedes, mis amados hijos. Lo que quiero contarles es algo referido a lo que nos ha ocurrido últimamente, algo de mi experiencia adolescente con un joven, del cual estuve muy enamorada: nuestro reciente visitante. Éramos vecinos de la isla del Caribe donde nacimos. Para conquistarme me escribió inspirado, su primer poema y caí rendida ante él, ¡Primer amor!, Mi madre lo observó y convenció a mi padre para que viajáramos a Galicia con el propósito de alejarme de él. Fui a despedirme. -¿Cuánto tiempo? –preguntó él. -Unos pocos meses, ¡Si tú resistes, yo también!- Yo resistí, pero al poco tiempo me escribió. \"Perderte a ti, es una forma de que ambos ganemos, mereces ser feliz”. ¡Yo no entendí! Y a mi vuelta de Europa no sabía cómo actuar, él había dejado de amarme y yo me negaba a aceptarlo. Me dio por comer. ¿Cómo es posible sufrir tanto y estar tan hambrienta?, lloraba mientras comía y aún dormida, lloraba, y al despertar seguía comiendo. Él vino a verme una tarde. -¿Cómo has estado? -me preguntó. ¡Te ves rozagante! -agregó. -Tengo unos kilos de más, -le dije-. No paro de comer. Entonces me confesó bruscamente que existía otra persona, y que me olvidara de él, pero que tuviera siempre presente la hermosura de nuestras almas a través de las cuales íbamos a estar permanentemente ligados, pero como amigos. -¿quién es mi rival? –pregunté. Finalmente, me hizo una confesión que sentí como una amputación. -es un hombre- me dijo. Respiré hondo luego del sobresalto, le interrogué: -¿Por qué un hombre, estoy muy gorda? La ironía de esta última frase desarticuló mi dolor legítimamente, me recompuse y le propiné unos bofetones, mi forma de expresión menos civilizada y más auténtica. Él me pidió perdón, mientras se limpiaba la sangre de la boca y enjugaba las primeras lágrimas que le vi derramar por el fracaso de nuestra relación. La ansiedad me llevó a comer y a devolver incontroladamente. Sin darme cuenta me convertí en anoréxica. Delgada y sin fuerzas, le pedí a Dios que me ayudara. Entonces de manera milagrosa comprendí que estaba viva a pesar de todo. Entendí cuánto me amaban papá y mamá, quienes pensaron con toda razón que alejarme de la isla sería lo más prudente para mi tranquilidad y la de ellos. Iría a Galicia nuevamente a culminar mis estudios. El exilio me transformó, me curó. Estudié Filosofía en Compostela. Me instalé largo tiempo en casa de mis tías a orillas del Cantábrico. El tiempo se deslizaba por su tobogán sin fin, hasta que en unas de sus curvas me encontré con una verdadera sorpresa, el interés que me mostró un pretendiente de la Universidad. Admito que desde que lo conocí sentí atracción por ese gallego, vuestro padre. También sentí una gran curiosidad que enseguida satisfice. -¿Eres heterosexual? -le pregunté en nuestra primera cita. Él, sorprendido y sonreído respondió: -Si, ¿a qué se debe la pregunta?, un verdadero gallego no puede ser gay- suspiré aliviada. Así, me fui entregando a su amor y me enamoré. Luego del matrimonio surgió la idea de mudarnos a vivir en el Caribe. Adiós Galicia.... Y quedé preñada, aguardaba mes por mes tú llegada, hijo mío, mi príncipe. Hasta que por fin me estrené en la desgarradora y bendita experiencia de dar a luz. Dos años más tarde naciste tú, mi niña hermosa e inteligente. Y hace veinte días cuando celebrábamos tu Primera Comunión, el mismo día de mi cumpleaños con parientes y amigos, algunos venidos desde Galicia, mamá quiso estar a solas conmigo y de una vez noté su angustia apenas comenzó a hablar. -No sé si esté bien decírtelo, pero hace unos días vino \"ése\"-. Sabía perfectamente a quién se refería. Un papel escrito del puño y letra por aquel a quien tanto había amado y por quien tanto había sufrido. -¡Ten cuidado hija, no vayas a estropear tu vida y la de los tuyos! –Tranquila mamá. Y leí: \"Me voy a morir, tengo un mal terrible, te necesito\", me ahogué de dolor y pena. Lo comenté a mi esposo, solicitando su apreciación y apoyo, pero encontré un muro de incomprensión y celos infundados, no entendió mis buenos propósitos. Sin embargo, contrarié sus órdenes, recibí en casa a mi poeta herido y casi no lo reconocí. Lloró al abrazarme y susurró: -Tengo Sida, esta tragedia que llevo conmigo me asusta tanto…- Necesité unos minutos para superar el impacto que me produjo el encuentro. Le acaricié como a un niño, y comprendí que era lo compasivo albergar en nuestro hogar al poeta consagrado hoy, pero solo. Tuvo un compañero de años, que desapareció a causa del mismo mal. Su desgracia nos ha unido inmensamente. No quiero tener secretos para ustedes, sostengo mi voluntad de no renunciar a la amistad de él, quien en orfandad total, necesita vivir con una familia hasta que tenga aliento, y nosotros gozamos de tanto amor que podemos compartirlo. Le diré que ustedes no lo juzgarán, pues ya saben cuán importante es para mí no abandonarlo.
Sé que comprenderán el perdón al poeta enamorado, pródigo, no lo puedo negar.
Mi mayor deseo es reunirnos pronto ¡Todos! Y con papá.
Siempre, Mamá.
Esta carta redime un malentendido. Hoy puedo escribirla, menos trastornada, sobreviviente a estas dos semanas terribles transcurridas luego de la rabieta de su padre, quien al marcharse, se llevó su furia y a ustedes, mis amados hijos. Lo que quiero contarles es algo referido a lo que nos ha ocurrido últimamente, algo de mi experiencia adolescente con un joven, del cual estuve muy enamorada: nuestro reciente visitante. Éramos vecinos de la isla del Caribe donde nacimos. Para conquistarme me escribió inspirado, su primer poema y caí rendida ante él, ¡Primer amor!, Mi madre lo observó y convenció a mi padre para que viajáramos a Galicia con el propósito de alejarme de él. Fui a despedirme. -¿Cuánto tiempo? –preguntó él. -Unos pocos meses, ¡Si tú resistes, yo también!- Yo resistí, pero al poco tiempo me escribió. \"Perderte a ti, es una forma de que ambos ganemos, mereces ser feliz”. ¡Yo no entendí! Y a mi vuelta de Europa no sabía cómo actuar, él había dejado de amarme y yo me negaba a aceptarlo. Me dio por comer. ¿Cómo es posible sufrir tanto y estar tan hambrienta?, lloraba mientras comía y aún dormida, lloraba, y al despertar seguía comiendo. Él vino a verme una tarde. -¿Cómo has estado? -me preguntó. ¡Te ves rozagante! -agregó. -Tengo unos kilos de más, -le dije-. No paro de comer. Entonces me confesó bruscamente que existía otra persona, y que me olvidara de él, pero que tuviera siempre presente la hermosura de nuestras almas a través de las cuales íbamos a estar permanentemente ligados, pero como amigos. -¿quién es mi rival? –pregunté. Finalmente, me hizo una confesión que sentí como una amputación. -es un hombre- me dijo. Respiré hondo luego del sobresalto, le interrogué: -¿Por qué un hombre, estoy muy gorda? La ironía de esta última frase desarticuló mi dolor legítimamente, me recompuse y le propiné unos bofetones, mi forma de expresión menos civilizada y más auténtica. Él me pidió perdón, mientras se limpiaba la sangre de la boca y enjugaba las primeras lágrimas que le vi derramar por el fracaso de nuestra relación. La ansiedad me llevó a comer y a devolver incontroladamente. Sin darme cuenta me convertí en anoréxica. Delgada y sin fuerzas, le pedí a Dios que me ayudara. Entonces de manera milagrosa comprendí que estaba viva a pesar de todo. Entendí cuánto me amaban papá y mamá, quienes pensaron con toda razón que alejarme de la isla sería lo más prudente para mi tranquilidad y la de ellos. Iría a Galicia nuevamente a culminar mis estudios. El exilio me transformó, me curó. Estudié Filosofía en Compostela. Me instalé largo tiempo en casa de mis tías a orillas del Cantábrico. El tiempo se deslizaba por su tobogán sin fin, hasta que en unas de sus curvas me encontré con una verdadera sorpresa, el interés que me mostró un pretendiente de la Universidad. Admito que desde que lo conocí sentí atracción por ese gallego, vuestro padre. También sentí una gran curiosidad que enseguida satisfice. -¿Eres heterosexual? -le pregunté en nuestra primera cita. Él, sorprendido y sonreído respondió: -Si, ¿a qué se debe la pregunta?, un verdadero gallego no puede ser gay- suspiré aliviada. Así, me fui entregando a su amor y me enamoré. Luego del matrimonio surgió la idea de mudarnos a vivir en el Caribe. Adiós Galicia.... Y quedé preñada, aguardaba mes por mes tú llegada, hijo mío, mi príncipe. Hasta que por fin me estrené en la desgarradora y bendita experiencia de dar a luz. Dos años más tarde naciste tú, mi niña hermosa e inteligente. Y hace veinte días cuando celebrábamos tu Primera Comunión, el mismo día de mi cumpleaños con parientes y amigos, algunos venidos desde Galicia, mamá quiso estar a solas conmigo y de una vez noté su angustia apenas comenzó a hablar. -No sé si esté bien decírtelo, pero hace unos días vino \"ése\"-. Sabía perfectamente a quién se refería. Un papel escrito del puño y letra por aquel a quien tanto había amado y por quien tanto había sufrido. -¡Ten cuidado hija, no vayas a estropear tu vida y la de los tuyos! –Tranquila mamá. Y leí: \"Me voy a morir, tengo un mal terrible, te necesito\", me ahogué de dolor y pena. Lo comenté a mi esposo, solicitando su apreciación y apoyo, pero encontré un muro de incomprensión y celos infundados, no entendió mis buenos propósitos. Sin embargo, contrarié sus órdenes, recibí en casa a mi poeta herido y casi no lo reconocí. Lloró al abrazarme y susurró: -Tengo Sida, esta tragedia que llevo conmigo me asusta tanto…- Necesité unos minutos para superar el impacto que me produjo el encuentro. Le acaricié como a un niño, y comprendí que era lo compasivo albergar en nuestro hogar al poeta consagrado hoy, pero solo. Tuvo un compañero de años, que desapareció a causa del mismo mal. Su desgracia nos ha unido inmensamente. No quiero tener secretos para ustedes, sostengo mi voluntad de no renunciar a la amistad de él, quien en orfandad total, necesita vivir con una familia hasta que tenga aliento, y nosotros gozamos de tanto amor que podemos compartirlo. Le diré que ustedes no lo juzgarán, pues ya saben cuán importante es para mí no abandonarlo.
Sé que comprenderán el perdón al poeta enamorado, pródigo, no lo puedo negar.
Mi mayor deseo es reunirnos pronto ¡Todos! Y con papá.
Siempre, Mamá.
Publicado el 05/02/2010
Twittear
Comunicador Social.