Tamaño de la letra Tamaño de la letra

Ilusiones vanas de una mente inquieta


Hola, hoy te vi de nuevo. Como siempre, ignoraste mi presencia. Como siempre, te escruté, te medí, te imaginé. Grosso modo, han pasado unos 25 años desde que te vi por última vez. Qué curiosa es la vida, ¿no? Yo que siempre critiqué esos amores de novela, en los que la protagonista sigue enamorada del galán a pesar del tiempo, y aquí estoy petrificada en este restaurante, sin saber qué hacer. Por fin te tengo tan cerca, pero apenas puedo pronunciar un tímido “Buenas tardes."

Como de costumbre, tú me ves como gallina que mira sal y yo tengo la sensación de que toda la gente que está alrededor puede oír los latidos de mi corazón. Se me comenzaron a calentar los pies, las pantorrillas y los muslos. El estómago ya empezó a darme brinquitos y siento como mis cachetes se van poniendo colorados como tomates.

¡Qué bochorno, ni siquiera me devolviste el saludo!

“Bueno, y tú eres…?”, te estarás preguntando.

Pues aquí te relato mi historia.

Tenía yo esa edad en la que de noche crecemos de forma desproporcionada y en la que las hormonas se alborotan. Tú la habías pasado hacía algunos años. Llevabas rato en la universidad y manejabas tu propio carro. Vivíamos en el mismo edificio y yo te “buceaba" desde el balcón de mi casa, al igual que lo hice hoy desde la mesa. Gracias al conserje sabía todo lo que me interesaba saber de ti; te tenía “pillao”, como dicen por ahí. Ya hasta conocía el sonido de tu carro. Apenas lo sentía bajar por la calle, agarraba a Chómpira, el pobre perro de la casa, y echaba a correr por las escaleras hasta la planta baja. Me arreglaba frente al espejo de la entrada y salía, "casualmente", cuando estabas estacionando tu carro. Tú te fijabas más en Chómpira que en mí, pero creeme que te entiendo. Hoy veo las fotos de esa época y la verdad es que esos aparatos en los dientes no eran para nada favorecedores. ¿Y las hombreras en las franelas? ¡Por Dios! Aunque el pobre Chómpira, digno representante de todas y cada una de las varias razas que conformaban su carga genética, tampoco era muy agraciado que se diga.

En ese jueguito pasé varios meses. Me quitaron los frenillos cuando entré en quinto año de bachillerato, casi el mismo día en el que tú te graduaste en la universidad. Recuerdo la rumba en el salón de fiestas del edificio. No porque me hayas invitado, sino porque la fisgoneé un buen rato desde la ventana del baño de mi mamá. ¡Lo suficiente como para sufrir una devastadora desilusión amorosa cuando te vi besar apasionadísimamente a una tipa! Y es que en medio de mi enamoramiento unilateral, jamás consideré la idea de que tuvieras novia.

¡Dios, cómo lloré! Y lo peor del caso, sin poderle explicar a mi mamá el motivo de mi llanto.

Decidí tumbarle el puesto a la susodicha y, aconsejada por mis experimentadísimas compañeras de colegio, comencé la “operación acoso”. Ya no sólo bajaba cuando tú regresabas, sino también a la hora en que salías a tu trabajo. Ah, porque ya el conserje me había informado que estabas trabajando en una “empresa internacional”, lo cual te convertía en un target aún más deseable. Ya no circulaba por las escaleras, sino que pegaba la oreja en la puerta del ascensor para oír cuando te montabas y así, estratégicamente, marcaba los dos botones para que siempre se parara en mi piso. “Me encanta tu perro”, me decías, y yo, con Chómpira en los brazos, respondía “Graaaaacias, es lindo, ¿verdad?”. Ese breve intercambio de palabras bastaba para mantenerme emocionada durante todo el día.

Así pasó algún tiempo hasta ese nefasto viernes 16 de marzo en el que se abrió la puerta del ascensor y allí estabas tú, más impactante que nunca, radiante en un impecable frac y zapatos de patente negros.

¡Me hablaste y todo!“¿Tú como que viste un fantasma?

¡Te pusiste pálida!” “Es que sinceramente, no me esperaba verte... perdón... ver a nadie así tan elegante. Se nota que vas para una boda." “Sí, jajaja. ¿Te parece que me veo bien?”  “Muy bien” “Me alegro que te guste. Hoy me caso, por eso la elegancia.” Y yo allí, vestida con un jean baggy y unos botines morados, con cara de circunstancia y sin saber qué decir. ¡Qué papelón!.

Esa fue nuestra conversación más larga, y la última, por cierto. Desde ese día no te volví a ver. La “operación acoso” había sido un rotundo fracaso (aunque desde que salieron los GPS he pensado que me copiaron algunas de mis tácticas de rastreo). Supe por el conserje que te habías ido a hacer un postgrado en el exterior con tu esposa. Pasaron los años y yo hice mi vida (no creerías que te iba a esperar mil años, ¿no?). Siempre pensé en ti pero jamás imaginé que te vería de nuevo. Decidí escribirte esta carta, y mientras lo hacía, supe que eras el dueño del restaurante. Comencé a interrogar al mesonero sobre ti hasta que lo sentí medio incómodo. Claro, a lo mejor pensó que yo estaba averiguando tu vida para hacerte un secuestro express; así que pagué la cuenta y salí del local rapidito.

No sé si ahora me recuerdas, ojalá que sí. Espero que nos podamos encontrar en otra oportunidad; y que en nuestro próximo encuentro nos podamos reír juntos de esto un buen rato. Pero eso sí, te advierto que esa próxima vez que nos veamos será en el Más Allá. ¡Porque lo que soy yo, para este restaurante no vuelvo más nunca! Es el último bochorno que paso por ti.
Un abrazo.
P.D. Chómpira se murió hace tiempo; el conserje también.

¡Ay! Lástima que nunca me paraste… ¡No sabes de lo que te perdiste!.

 

Publicado el 02/02/2012
Maria Matilde Salazar
Caracas Venezuela
Yo? Pues vivo intensamente cada día. Orgullosa madre de un mujerón y dos chiquillos en vía de convertirse en par de palos de hombre. Esposa de un italianote bonachón que se ríe de mis locuras. Escribo cuando me inspiro y me deleito compartiendo las anécdotas de mi vida. Me levanto todos los días antes que el gallo cante y anhelo acostarme cuando lo hacen las gallinas. Mi misión es aprender y hacer que alguien aprenda algo nuevo cada día.