Tamaño de la letra Tamaño de la letra

¿Quieres un chocolate?


¿Te acuerdas de mí? Te conocí una noche, por el ciberespacio. Quería hacer amigos en todas partes del mundo. Se me iban las horas, casi sin sentir, sentada frente a aquella computadora.

Una noche, como cualquier otra, nos encontramos. Escribimos tonterías, frases ingeniosas. Un mínimo de información, ¿para qué más? Eso sí, querías desnudarte a través de una mini cámara, confiando seguramente que nunca más sabríamos el uno del otro. “Mejor no”, te dije, “no soy amiga de vitrinear (¿ese verbo existe?)” Hasta torturador me parece (lo de vitrinear). ¿Lo recuerdas? Te convencí de que esperaras a alguien más interesada que yo. No pareciste ofendido, sino divertido y no insististe más.

Nos volvimos a encontrar en las próximas noches. Empezamos, ahora sí, a conocernos, contándonos los pormenores de nuestro diario vivir, nuestros trabajos, nuestras familias. Te pregunté acerca de tu país, tus costumbres. Me preguntaste por mis gustos en la comida, qué países había visitado, qué idiomas hablaba. Mientras nos escribíamos, nos veíamos por la mini cámara. Tú, siempre fumando. Yo, procurando verme arregladita.

Por fin, un día, hablamos de amores. A quién queríamos. A quién quisimos. ¡Fue todo tan natural! Te dije que estaba sola, tú también… y casi, sin darnos cuenta, comenzamos a fantasear con la idea de ser compañeros, a pesar de la distancia. Primero, como un chiste, pretendimos ser una “ciberpareja”… después, decidimos que eso no valía la pena, porque se pierde mucho de lo bueno, del contacto. Hasta que, finalmente, confesamos que empezábamos a necesitarnos el uno al otro, atentos a la hora de conectarnos, para encontrarnos. Te conté, con un poquito de vergüenza, que a diario pensaba cómo narrarte mi día. Me contaste que dormías por la tarde, para luego levantarte por la madrugada a “chatear conmigo”, cuando me decías que estabas insomne.

Cuando el sentimiento comenzó a ahogarnos, nos reunirnos. Primero, viniste. Luego, te visité. Dos encuentros perfectos. Días de amor, de lágrimas y descubrimientos, piel y contactos, planes y sorpresas. Días conociéndonos, detallándonos, aprendiéndonos.

Así pasó. Y, simplemente, lo supe. Con una certeza irrefutable, descubrí que eras el amor de mi vida. Entendí que no podía seguir viviendo un día más lejos de ti. Descubrí que eso es el amor, más allá de la distancia y de nuestras diferencias. Estuve segura, como nunca lo había estado en mi vida, que había encontrado a mi alma gemela. A ti. Y te lo dije.

De pronto, no supe más de ti. No atendías mis llamadas, no recibía las tuyas. Te escribía, sin respuesta. Días terribles… hasta que, con un poquito de misericordia, me escribiste. Pediste perdón, confesando no estar seguro de que tus sentimientos fuesen tan claros y fuertes como los míos. Y me dejaste. Así de simple.

Lloré. Lloré mucho. Desde ese día, sólo lloraba, a toda hora.

Hasta aquella tarde… Venía conduciendo. Me detuve en una calle congestionada… y pensándote, lloré. Y mientras las lágrimas corrían por mi cara, una chica tocó mi ventana. Sin dudarlo ni por un instante, la abrí. Y me ofreció un chocolate. “No hay nada que un buen chocolate no pueda remediar”. Y allí me quedé, paralizada, contemplando ese bendito chocolate como si me pudiese salvar la vida.

Esa visión secó mis lágrimas. De pronto, me sentí inundada de gratitud por esas palabras y ese regalo, por el gesto, por el consuelo que me brindó ese ángel maravilloso que llegó en el momento preciso, como suceden las cosas. Y desde ese día, dejé de llorar.

Te escribo para contarte que, desde entonces, me siento bendecida, porque a pesar de la pena, a tu lado conocí el amor, porque contigo tuve la experiencia de amar y ser amada. De algún modo, asimilé el hecho de que lo que nos sucedió, no podía suceder de otro modo. Que la persona que llega a nuestras vidas, de cualquier manera, llega porque así debe ser. Que las cosas ocurren en el momento correcto, como cuando nos conocimos, y que cuando algo termina, simplemente termina. No hay más.

¿Te acuerdas de mí? Yo te recuerdo. Mucho. Especialmente cuando como chocolates. Y sonrío. ¿Quieres un chocolate?

Publicado el 28/02/2013
Iliana Morales
Iliana Morales
Maracaibo Venezuela
Soy una lectora empedernida y una tímida escritora. Me animé a escribir, porque escribir por amor, al amor, desde el amor, es sin duda la esencia del buen escritor. Agradecida por la oportunidad.