Ana:
Sí, tenías razón, esa mujer me tenía loco. Yo ya estaba sólo para cuidar mi salud, ocuparme de ti, jugar con los niños y supervisar que el negocio siguiera bien. Pero cada vez que cruzaba una pierna esa carajita, de un lado para el otro, sentía un aire de vida, de emoción, de impulsividad.
Ella entró como un virus en mi mente, una euforia fugaz. No sé si fue un saboteo o un revivir, pero con ella me sentía como un chamo de nuevo. Al pararme no pensaba nada más en las pastillas que tenía que tomar, sino en llegar temprano, pasar por su carro y decirle “No se quede ahí, le abro la oficina y descansa mientras se hace la hora.”
Me gasté unos reales en ropa, boté esos zapatos negros de gamuza, cambié la montura de los lentes, dejé de usar esos perfumes de farmacia. Sí, me gasté plata en un buen perfume; y gracias a Dios, los billetes dieron la cara por...