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A mi hija de la vida


Ya había traspasado la entrada de los treinta, tú apenas comenzabas tus primeros dos. Fue cuando me enamoré de tu madre, para inmediatamente enamorarme de ti. Yo no tenía aún la experiencia de ser padre, tú tampoco sabías qué era eso; quizá fue una de las razones por las que nos compenetramos en esa posibilidad de llenar ambos vacíos de nuestras existencias.

Todavía recuerdo la primera vez que te llevé al parque. Para ese entonces estabas entre la extrañeza de mi reciente presencia en tu vida y el miedo que te daban los toboganes. Me mirabas con esa carita de dudas cuando te insistía en lanzarte y divertirte, mientras trataba de que confiaras en que no te dejaría caer. Y así fue mi niña hermosa, te acompañé hasta que tú misma me pediste que sólo te observara a distancia, en esa forma de lanzarte por ti misma una y otra vez.  Nunca te dejé caer hasta que tomaras tu propia seguridad, así han sido mis intenciones en tu vida: tener tu confianza para ser tu apoyo y tratar de no dejarte caer nunca, pero procurando estar allí para levantarte y sacudirte el polvo, cuando la inminencia de la vida te vaya mostrando las inevitables caídas del aprendizaje.

El refranero trata de captar estas experiencias: “padre es el que cría”, dicen algunos, pero aunque la sabiduría popular lo intente, en realidad es muy difícil entender esta sensación de amor puro, cuando no te ha tocado el corazón en carne viva. Aunque fantaseé a lo largo de mi andar lo hermoso que sería ser padre, mi imaginación jamás alcanzó abarcar esta sensación de grandeza que has inaugurado en mi vida. Si bien nadie pone en duda el infinito poder amoroso de una madre, el sentido de paternidad en nuestra cultura sí parece digno de sospecha. Pero yo ya no dudo, pues lo siento tan adentro que nunca me fue necesario que salieras de mis propios genes, o que llevaras mi apellido. Porque tú misma me has legitimado tan auténtica y orgullosamente en tu vida, que desde muy pequeña tus palabras salieron espontáneamente de tus labios para impactar directamente mis lágrimas de orgullo: “papá Guillermo”.

Con todo esto, no puedo sentir ligereza al decirte: “te amo, hija”. Y esa declaración será siempre la misma trascendencia de la biología, la preeminencia del mundo de las emociones, porque eso eres para mí: “mi hija Nicole”. Eres un regalo de la vida que me da más vida, por eso te digo y te pido algunas cosas, como el deseo más grande de lo que quisiera para mí mismo.

Nunca pierdas tu espontaneidad, ni esa capacidad para asombrarte, para interesarte, para buscar y experimentar, superando siempre tu propia inseguridad. Resguarda la sonrisa de los dientecitos blancos y separaditos. Esos mismos que tanto hemos cuidado tu madre y yo y que cambiarás pronto por unos de huesitos. Cuida de ese carácter auténtico que sabe pedir lo que necesita, que habla de sus amiguitas de la guardería, de la primita Chiqui y de tu otra primita de la vida Isabela. Aunque crezcas, procura siempre tomarte tu tiempo para correr con tu bicicleta, para bañarte en una piscina mientras saltas, para meter los pies en el mar y recuerda lo tanto que te asustaban esas cosas. Mira atrás y date cuenta de que por más miedos que tengas, siempre vas a poder hacer las cosas, porque siempre tendrás el apoyo donde lo busques. Recuerda que tener miedo no es malo, porque lo importante es que te indiquen el camino con los respectivos cuidados, pero sin detenerte en tus decisiones.

No importa cuántas cosas cambien en tu vida, en tu personalidad, en tu cuerpo, en tu entorno; por siempre trata de mantener tu esencia, tu alma en crecimiento, tu curiosidad y forma de dar cariño. Aquí estaremos siempre tu mami y yo, acompañándote, aprendiendo cada día más de ti, tomándote de la mano para subir o bajar una escalera mecánica, aun cuando reconozcamos tu demostración de independencia al imponerte con carácter para hacerlo sola.

Yo, por mi parte, te agradezco que me hayas permitido entrar en tu vida y sentimientos, que me busques cuando necesites protección, alzándome los brazos para cargarte; que saltes de emoción solo cuando vamos tu mami y yo, juntos, a buscarte o llevarte a la guardería; que me des ese beso de buenas noches, sin el cual sería imposible dormir. Te agradezco tu amor natural por los animalitos, nuestras largas caminatas donde podemos hablar paseando al perro y esa inocencia constante que me desgrana el corazón ante cualquiera de tus peticiones. Gracias por hacerte mi hija, la hija que me regaló la vida.

Publicado el 07/03/2017
Guillermo E Pérez R
Guillermo E Pérez R
Caracas Venezuela
Guillermo Pérez nació en caracas, el 05 de mayo de 1978, estudió bachillerato en el Liceo Andrés Bello (hasta 1995), la Licenciatura en Filosofía en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), y una Maestría en Psicología Social en la UCV (sin tesis). Se ha desempeñado como docente en diferentes niveles de la educación venezolana: en diferentes colegios privados de caracas (Santiago de León de Caracas, María Santísima, Hebraica, Jefferson, Promesas Patrias); y en otras universidades e Institutos: (UCAB, Escuela Nacional de Administración y Hacienda Pública - ENAHP, Instituto Universitario de Seguros - IUS).   Ha sido investigador en religiones, sobre todo del budismo, religión que practica desde hace 18 años, y sobre lo cual ha sido invitado como ponente en varias oportunidades. También ha investigado en el área de ética del servicio público, publicando un trabajo con el Centro Gumilla. Trabaja como funcionario público en la Superintendencia de la Actividad Aseguradora, actualmente y desde el año 2011. Como padre y esposo, tiene dos hijos: Nicole, que actualmente tiene 5 años y Daniel, de 3 años. Su esposa es comunicadora social y también funcionaria pública de la Superintendencia de la Actividad Aseguradora. Además de la lectura y el cine, entre los hobbies, le gusta cocinar.