No me gustaba ir a visitarte, te lo confieso.
Cruzar la mitad de la ciudad solo para darte una vuelta no me resultaba ni atractivo ni emocionante. Llegaba al apartamento y lucía sucio, descuidado, desvencijado, pero esa vez, estando allí, sentados en la sala en medio de una conversación trivial, la mirada, tu mirada, perdida en el horizonte, en el paisaje montañoso que se mostraba ante nosotros, que más de una vez me hizo a mí soñar con mejores momentos, alejado de los gritos, del maltrato verbal, de la amenaza latente, del sin razón y del sin sentido, del olor a borracho sudoroso maleducado cuyo escándalo me disturbaba de mis anhelos con otras realidades, ese mismo paisaje frente a nosotros que en mis ojos fueron sueños fabulosos, en los tuyos, durante una conversación trivial, se convertía en oprobio, en desaprobación, en decepción, en vergüenza, en esos ojos que no...